Preferencias

Tal vez convenga que haya reverendos al estilo de Carl Lentz, Chad Veach, Judah Smith o Rich Wilkerson, que calcen “Jordans”, estén escarificados con tatuajes y tengan casi un millón de seguidores en Instagram; que sean confidentes de las estrellas del rock, el cine y el deporte, y que encarnen esa imagen «hípster y positiva» que, según los que no pisan las iglesias, es la que hay que promover para que la gente regrese o se acerque a la fe. Tal vez.

Yo, sin embargo, me quedo con Francesco Cristofaro, que nació con paresia espástica en las extremidades inferiores. Tiene 41 años, es sacerdote desde 2006 y atiende una parroquia de 400 personas, en la que no falta de nada. Tan contento, tan útil, tan testimonial y tan querido por todos. «Seré la sonrisa de Dios … con las piernas torcidas», se dijo a sí mismo un día. Su madre le confesó que, de haber sabido que él, su hijo, iba a padecer esa enfermedad, habría abortado.

Me quedo con Francesco Rebuli, que, en un chapuzón, siendo chaval, en el Adriático, rompió dos vértebras de las cervicales. No se ahogó de milagro. Quedó paralizado de pecho para abajo a causa de la lesión. Vinieron a continuación los diagnósticos contradictorios, las visitas a médicos y a fisioterapeutas, y pasó, de estar clavado en una cama, a estar sentado en una silla de ruedas. Tiene 42 años, es sacerdote desde 2014 y considera que su hándicap es una vía abierta para que las personas que sufren se abran al diálogo y a la gracia de Dios.

Me quedo con Andrea Giorgetta, que padece fibrosis quística. Es una enfermedad hereditaria. Se manifestó en su gravedad a partir del tercer año de Teología, en el Seminario. Permanece oculta, da la cara inesperadamente y por temporadas, y afecta sobre todo a los bronquios. Andrea tiene 32 años y es sacerdote desde 2019. Ha de estar siempre pendiente de controles médicos. De modo que no puede hacer ningún plan de nada. Pero eso es precisamente lo que le permite fortalecer unos vínculos más estables y duraderos con los enfermos que acuden a él, especialmente los afectados de fibrosis quística, para ser bendecidos con estas dos palabras que están siempre en su boca: «perseverancia» y «confianza».

Me quedo con Claudio Campa, quien, en la procesión del Corpus, sintió de repente que las piernas no lo sostenían y cayó al suelo. Llevaba veintiún años de sacerdote. Le diagnosticaron esclerosis múltiple. Aun así, hizo el Camino de Santiago en bicicleta. Setecientos treinta y ocho kilómetros. Era el 2008. En aquella peregrinación comprendió que lo que le correspondía, en el futuro, era darle un sentido, un significado, a la enfermedad. Desde 2012 se mueve en silla de ruedas. Ronda los sesenta y sigue estando al cargo de la parroquia, que ha descubierto, gracias a la situación en la que se encuentra su pastor, lo importante que es saber aceptar la debilidad, valorar lo que se tiene, ayudar a los demás e ir por la vida con un ritmo más lento y más reflexivo.

Y me quedo con Salvatore Mellone, a quien, tras haber entrado en el Seminario con 34 años, se le declaró, a los 37, neoplasia en el esófago. Había estudiado Ciencias políticas, y salido con una chica y tenido una oferta de trabajo, pero, a aquellas alturas de su vida, se decidió a seguir la que era su verdadera vocación: el sacerdocio, que ejerció, antes de fallecer, durante tan solo 74 días, nada más, y en su casa, en donde fue ordenado, con el permiso del Papa, cuando ya se encontraba en el tramo último de su existencia terrena. Celebró 59 misas y grabó 41 homilías, recogidas ahora en un libro, como un preciado tesoro espiritual para quienes lo conocieron y a los que les decía una y otra vez: «¡Qué hermoso es ser sacerdote!».

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 4 de abril de 2021, pp. 24-25

Livinus Esomchi Nnaamami

Michal Los

Francesco Cristofaro

Francesco Rebuli

Andrea Giorgietta

Claudio Campa

Salvatore Mellone

Hacia la luz

Fue un 25 de marzo, sostienen numerosos especialistas, cuando Dante Alighieri emprendió el viaje en el que, después de descender a las tenebrosas profundidades del Infierno, ascendió, a través del Purgatorio, a la luminosa bienaventuranza del Paraíso, del cual dejó, en la “Comedia”, a la que Giovanni Boccaccio calificó de «divina», un sublime relato en tercetos.

Al cumplirse, en este año, los setecientos del fallecimiento del poeta florentino (Rávena, 13-14 de septiembre de 1321), el actual Papa, siguiendo el camino trazado por sus predecesores, publicó, el pasado jueves, una carta apostólica que lleva por título “Candor Lucis Aeternae”, de evocadora impronta bíblica: «Candor est enim lucis aeternae, et speculum sine macula Dei majestatis, et imago bonitatis illius» (Es resplandor de la luz eterna, espejo límpido de la majestad de Dios e imagen de su bondad), se dice, refiriéndose a la Sabiduría, en el homónimo libro del Antiguo Testamento.

Todos los papas que escribieron acerca del Sumo Poeta lo hicieron movidos por la idea de que «Dante es nuestro» y de que las verdades de la fe católica se hallan certeramente recogidas y bellamente expuestas en la “Divina Comedia”, y de que, en ella, se habla de las realidades más altas e inefables valiéndose de imágenes y expresiones de imperecedera hermosura.

Mas fue el Papa Francisco quien propuso, en un mensaje dirigido, en 2015, al cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Pontificio Consejo de la Cultura, el que la “Divina Comedia” fuera leída como «un gran itinerario, es más, como una auténtica peregrinación, tanto personal e interior como comunitaria, eclesial, social e histórica». Y al igual que hice en ocasiones anteriores, en esta misma tribuna del periódico, sugiero a los lectores el que, escuchando a Dante, inicien esa peregrinación espiritual de la que hablaba el Papa, que tiene su comienzo en el particular submundo de lo inconfesable y su fin en la felicidad de la recta conciencia que se goza de estar en paz consigo misma, con Dios y con los demás.

Porque en eso consiste, en realidad, la grandeza de la “Divina Comedia”, en que muestra cuál es el camino que lleva al hombre, después de haber padecido los terrores en los que desemboca la senda que discurre por selvas oscuras y de haber sido purificado por la purgación que habilita para la contemplación de los resplandores de la luz eterna, al encuentro con el Amor.

Una vía que Dante, exiliado y peregrino «pensativo», desbrozó para las generaciones futuras. «Los adolescentes, por ejemplo –incluso los de hoy- si tienen la oportunidad de acercarse a la poesía de Dante de una manera que les sea accesible, inevitablemente constatan, por un lado, toda la distancia del autor y su mundo; y, no obstante, por otro, sienten una resonancia sorprendente», les dijo el Papa Francisco, en cierta ocasión, a los miembros de una delegación de la archidiócesis de Rávena-Cervia.

Y así como el poeta tuvo como guías, para realizar la peregrinación, a Virgilio, Beatriz y san Bernardo, hacen falta, en España, maestros que acompañen en su lectura a quienes deseen adentrarse en los círculos del universo dantesco, para que no desistan de la empresa a mitad del camino.

Es preciso decir también, para concluir, que no son pocos los investigadores que estiman que el viaje al Infierno debió de haber comenzado en la tarde del Viernes Santo de 1300, que, en ese año, cayó el 8 de abril, aunque el aniversario histórico de la muerte de Cristo se celebrase, en la Edad Media, el 25 de marzo.

Cualquiera que sea, de estas dos, la fecha con la que operaba Dante al componer su gran poema, el que tuviese en cuenta, ya fuera la primera, ya la segunda, el día en que se conmemoraba la crucifixión del Salvador, constituye razón suficiente para que la “Divina Comedia” sea la lectura de quienes, en esta Semana Santa de limitada movilidad a causa de las medidas sanitarias, sientan anhelos de renacer pascualmente a una Vida nueva.

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 28 de marzo de 2021, pp. 24-25

Misa en Filipinas

El Papa presidió, el domingo pasado, 14 de marzo, en la basílica de San Pedro de Roma, una Misa de acción de gracias por la llegada del cristianismo a Filipinas hace quinientos años. Del papel principal que jugó España en la evangelización de aquellas islas, en las que la mayor parte de la población es católica, no se dijo ni una sola palabra.

Y no habría estado de más el que se hiciese mención, al menos, de la primera Misa que se celebró en Filipinas, oficiada por el sacerdote Pedro de Valderrama, natural de Écija, capellán en la expedición de Magallanes, pues fue él quien dijo también la primera Misa en el territorio que luego sería la República Argentina, país de proveniencia del Papa. Fue el 1 de abril de 1520, Domingo de Ramos, en Puerto San Julián.

La de Filipinas tuvo lugar el 31 de marzo de 1521, Domingo de Pascua, en Mazaua, emplazamiento que no se sabe bien con qué localidad actual se corresponde, siendo varias las que reclaman para sí el privilegio de haber sido el suelo sobre el que se ofreció la primera Misa. Un santuario en la isla de Limasawa mantiene vivo el recuerdo de aquel momento.

Valderrama había oficiado anteriormente Misa en el sitio que los españoles denominaron de las Sardinas, a la altura del Estrecho que hoy lleva el nombre de Magallanes, aunque su descubridor le dio el de Todos los Santos, por ser el día del avistamiento. Fue la primera Misa celebrada en los territorios que después formaron la República de Chile. Era el 11 de noviembre de 1520.

Las parroquias chilenas conmemoraron el acontecimiento hace unos meses, adoptando como lema este versículo del libro bíblico del profeta Habacuc (3,3): “Dios entró desde el sur” (“Deus ab austro veniet”), pues desde allí se extendió, iluminando las regiones del norte, el conocimiento de Cristo, que, en aquella primera Misa, se hizo sacramentalmente presente en medio de dos océanos y seis continentes.

Después del viaje de Magallanes, financiado por España, hubo otros: el de Loaysa, en 1525; el de Saavedra, en 1527; el de Villalobos, en 1541; y el de Miguel de Legazpi, en 1564, desde Méjico. En el de Villalobos viajaron cuatro sacerdotes y cuatro agustinos; en el de Legazpi, y bajo la autoridad de Andrés de Urdaneta, cinco agustinos. A partir de 1578 fueron llegando los franciscanos, los jesuitas y los dominicos.

A los dominicos precisamente es a quienes les hay que agradecer la creación, en 1611, de la Universidad de Santo Tomás de Manila. Es la más antigua de Asia. La presidieron como rectores, entre otros, los asturianos Joaquín Fonseca, de Aramil; José Noval, de Valdesoto; Jesús Castañón, de Casorvida; y Jesús Díaz, de Jomezana. En ella se doctoró en Filosofía y Teología, y ejerció de profesor, Zeferino González, de Villoria; más tarde, obispo de Córdoba, arzobispo de Sevilla y de Toledo, y cardenal.

En aquella Universidad dio clases, y fundó el Museo de Historia Natural, Ramón Martínez Vigil, de Tiñana, al que el Papa nombró, en 1884, obispo de Oviedo. En cambio, el quirosano Melchor García Sampedro, vicario apostólico y santo mártir en Tonkín, rechazó la propuesta de ser profesor en tan emblemática institución académica. 

Y, además de éstos, hubo otros muchos asturianos, y muchísimos españoles, que trabajaron, con todo el entusiasmo del que una persona es capaz, en la obra de la evangelización de Filipinas, dejando incluso allí su vida e incontables frutos de fe. Y, gracias a ésta, de progreso humano.

De ahí el que, hace unos días, en un acto organizado por el Seminario de Historia «Cisneros», en la Fundación Universitaria Española, con motivo de la celebración del quinto centenario de la llegada de los españoles a Filipinas, el nuncio apostólico en nuestro país, Bernardito Cleopas Auza, natural de Talibon, tras reconocer que «Filipinas es un poco de España en Asia», afirmase con toda justicia: «La fe cristiana fue la herencia más importante que dejó España en Filipinas».

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 21 de marzo de 2021, p. 22

Santuario de Limasawa

En Mesopotamia

Jardín de Edén. Discurrían por él cuatro ríos. Dos de ellos se llamaban Éufrates y Tigris. Ambos delimitan la extensión territorial que el Papa visitó la semana pasada. En aquel vergel, Dios conversaba, a la hora de la brisa vespertina, con Adán y Eva, que habían sido advertidos, a la vista de un árbol, de a dónde podía arrastrarlos el ciego deseo de lo imposible. 

Al este de Edén, la descendencia de Caín levantó la primera ciudad y hubo pastores, citaristas, flautistas y forjadores de herramientas de bronce y de hierro. Y héroes. Y surgieron los linajes y las genealogías, de las que fueron quedando noticias impresas en las tablillas de arcilla que se guardaron en las bibliotecas allí formadas.

En aquellas inmensidades mesopotámicas refulgió la luz de la fe religiosa, vivida como acto de relación personal con Dios, de tú a Tú, en un diálogo que acontece en el decurso de las horas cotidianas. Coloquio que la muerte no podrá acallar, porque, el hombre y la mujer, amorosamente moldeados por los dedos de Dios a su imagen y semejanza, fueron creados para estar siempre con Él.

Era, además, tierra de inundaciones purificadoras, porque la violencia sembrada por Caín en la historia no fue erradicada jamás de ella, sino que creció, se multiplicó y se expandió. Hasta el presente. Mas Dios, valiéndose de la inmejorable pedagogía de las pruebas de la vida, fue enseñándole a la humanidad, con infinita paciencia, el valor de la bondad y del perdón, como proclamó, en Nínive, el profeta Jonás.

Y cuando aquí morábamos aún en abrigos de cuevas o en chozas, unos emigrantes de Oriente construyeron, con ladrillos y alquitrán, en la llanura de Senaar, una torre altísima, con pretensiones de que llegase hasta el cielo. Fue, a partir de entonces, cuando la lengua “primaeva” se diversificó en tantas como pueblos se originaron tras la dispersión de Babel.

Siglos después, fue levantada en aquellos sequedales la ciudad de Babilonia, irrigada por rumorosas corrientes de agua fluyente a través de las acequias que proveían de la vital linfa a las exóticas especies de árboles y plantas que alegraban con sus colores y fragancias los jardines colgantes.

Junto a los sauces, de cuyas ramas pendían, silenciosos, los instrumentos musicales que se habían llevado consigo cuando fueron conducidos al cautiverio, los israelitas se lamentaban de su suerte, de haber sido trasplantados tan lejos de Sion. Y eso que no les faltaban ni los oráculos de Ezequiel, ni las visiones de Daniel, ni los testimonios de fe en Dios, que salvó de morir en el fuego a los jóvenes Ananías, Azarías y Misael.

El cristianismo, que fue aceptado muy pronto por los habitantes del Creciente Fértil, arraigó profundamente en aquel suelo. Al fin y al cabo, las civilizaciones que allí habían existido coprotagonizaron las historias que refiere el Antiguo Testamento. Eran, en cierto modo, prehistoria del cristianismo. Y esto lo captaron inmediatamente los oyentes mesopotámicos del anuncio del Evangelio, el cual, a la par que arrojaba una luz esclarecedora sobre su riquísimo pasado, confería a éste plenitud de sentido. Asumir, inculturar y resignificar. En eso consistió la clave del éxito apostólico.

De ahí el que el cristianismo mantuviese, en sus estructuras, jerarquías, liturgias y tradiciones, los adjetivos “caldeas”, “asirias” y “babilónicas”, y quepa decir con orgullo que los cristianos son los herederos y únicos representantes vivos de aquellas culturas poderosísimas que se originaron en la antigüedad dentro de los confines señalados por el Éufrates y el Tigris, en Mesopotamia.

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 14 de marzo de 2021, pp. 22-23

Rutas de san Martín

Desde 1987, los Itinerarios Culturales del Consejo de Europa no han dejado de multiplicarse y visibilizarse, mostrando, a través de esta red cuán vivo, difundido y compartido se halla el patrimonio cultural europeo.

De todos, el más emblemático es el Camino de Santiago, pero hay otros: el de san Olav, el de los cistercienses, el de los cluniacenses, el de los hugonotes y los valdenses, el de los vikingos, el de los fenicios, el de los impresionistas, el de los cementerios, el del vino, el del románico, el de la cerámica, el de Mozart, el de Le Corbusier, el de Napoleón, el de Carlos V, el de Carlomagno o el de Robert Louis Stevenson, por citar solo algunos.

Existe, desde 2005, la Ruta de san Martín (Via sancti Martini). Parte de Szombathely, en Hungría, lugar en el que se dice que nació, en el año 316; entra en Eslovenia, se detiene en Pavía, a donde se trasladó a vivir en su infancia, y concluye en Tours, sede de la que fue obispo y en la que se encuentra su tumba.

Se abrió, después, una segunda Ruta (Via caesaraugustana), desde Zaragoza hasta Tours. Atraviesa los Pirineos y recorre las regiones francesas de Aquitania, Poitou-Charentes e Indre-Loire. Se basa en la suposición de que san Martín asistió al Concilio de Zaragoza del año 380.

Se añadió a las anteriores, más tarde, una tercera Ruta (Via treverorum), que discurre por tierras de Alemania, Luxemburgo, Bélgica y Francia. San Martín, que fue soldado, dejó, en Worms, las armas, y, siendo ya obispo, visitó en varias ocasiones la corte de Tréveris. Se pasa por Maguncia, Las Ardenas, Reims, París y el valle del Loira, rememorando capítulos importantes de la historia de Europa.

La última en ser declarada de interés cultural y espiritual fue la Ruta (Via trajectensis) que va desde Utrecht hasta Tours. En este itinerario, la ciudad de Amiens es un lugar que tiene gran importancia para el peregrino, porque allí fue en donde san Martín encontró a un pobre desnudo, al que le dio, tras haberla cortado con la espada, la mitad de su capa. Del oratorio que se creó para venerar la reliquia de la capa proviene el vocablo “capilla”; de su custodio, el de “capellán”.

En Asturias, las capillas dedicadas a san Martín de Tours son 25; las parroquias, 54. Es decir, 79 templos llevan el nombre del santo monje y obispo. De éstos, unos están vinculados a la monarquía asturiana; otros, al Camino de Santiago; muchos, a comunidades monásticas; todos, a la oración y a la caridad. Entre ellos está el que tiene la piedra fundacional más antigua de la diócesis, el de Argüelles, en la que el año que figura es, según los epigrafistas, el 583.

Y hay que tener presente que cuando el Consejo de Europa declaró “Itinerario cultural” la Ruta de san Martín, incluyendo en ella a todas las que existen y agrupándolas bajo el genérico “Via sancti Martini”, fue porque el hecho de que una persona que venía del Este compartiese su capa con otra del Oeste sigue siendo un gesto de gran significación a los ojos de la Europa de hoy, que, para ser ella misma, porque así fue en sus orígenes, ha de mantenerse unida en la diversidad que la caracteriza y en la altura moral que le confirió el cristianismo.

De ahí el que esos 79 enclaves sean otras tantas lámparas encendidas en el mapa de Asturias, pues, desde ellos, el santo obispo de Tours llama a todos a la unidad, la reconciliación y la autodonación, como dijo, en el Ángelus del 11 de noviembre de 2007, el papa Benedicto XVI:

«Que san Martín nos ayude a comprender que solamente a través de un compromiso común de solidaridad es posible responder al gran desafío de nuestro tiempo: construir un mundo de paz y de justicia, en el que todos los hombres puedan vivir con dignidad. Esto puede suceder si prevalece un modelo mundial de auténtica solidaridad, que permita garantizar a todos los habitantes del planeta el alimento, el agua, la asistencia médica necesaria, pero también el trabajo y los recursos energéticos, así como los bienes culturales, el saber científico y tecnológico».

Más actual, imposible. Y habría que estudiar el modo de trazar, con los 79 santuarios arriba mencionados, ajustándose a criterios históricos, artísticos y religiosos, una “Via sancti Martini” diocesana e inscribirla en el Programa de Itinerarios Culturales del Consejo de Europa, para que pueda beneficiarse de las ayudas que este organismo destina a la conservación de los bienes que se acogen a su patronazgo y al cumplimiento de los fines para los que fueron creados.

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 7 de marzo de 2021, pp. 28-29

Una misma raíz

Tres personalidades, de distintas edades y ámbitos vitales, han aparecido, en días pasados, en los medios de comunicación social a causa de sus cualidades científicas o artísticas. Y las tres gozaron, en los instantes iniciales de su actividad, del estimulante ejemplo y alentador apoyo de una institución católica. Se trata de la investigadora Özlem Türeci, el violagambista Fahmi Alqhai y la poetisa Amanda Gorman.

Özlem Türeci ha logrado desarrollar, junto con su equipo, la vacuna que parece más eficaz en la inmunización ante el SARS-CoV-2. La empresa BioNTech, fundada y dirigida por ella y su marido, Ugur Sahin, es la que, con su tecnología, ha hecho posible la viabilidad del producto fabricado por la casa farmacéutica Pfizer: el tozinamerán (BNT162b2), en el que la humanidad, hoy, ha puesto su esperanza de supervivencia frente al coronavirus.

Pues bien, esta científica alemana, hija de inmigrantes turcos, que pasaba muchísimo tiempo con su padre en el hospital católico en el que él trabajaba como médico, se sintió, observándolas en el día a día, totalmente atraída por la vida de las monjas que allí atendían a los enfermos. Ella misma confesó que en algún momento pensó en entrar a formar parte de aquel grupo de mujeres, vestidas de blanco y negro, que hablaban con Dios y estaban enteramente consagradas a Él y al servicio del prójimo.

Abandonó, sin embargo, la idea de ser monja al considerar las complicaciones que podrían seguirse por el hecho de ser musulmana, pero no la de dedicarse, como ellas, a hacer el bien a los demás.

Y su marido, Ugur Sahin, que nació en Iskenderun, Alejandreta, en el extremo oriental del Mediterráneo, en donde tuvo lugar la batalla de Issos, y emigró de niño a Alemania, no oculta, al hablar de sus años de estudiante, que hubo una etapa en la que pudo hacer uso de los libros que precisaba gracias a que se los proporcionaba la biblioteca de una parroquia católica cercana a su domicilio.

Del Próximo Oriente también, llegaron a Sevilla, para estudiar Medicina, dos jóvenes cristianos, que, aunque se habían conocido, siendo niños, en la ciudad siria de Homs, la antigua Emesa, se enamoraron y se casaron en España. Ella, palestina; él, libanés. De esa unión nació, en nuestro país, Fahmi Alqhai, al que una importante publicación cultural ha calificado, en su último número, como «uno de los violagambistas más prestigiosos de nuestro tiempo».

Puesto que pensaban regresar a Siria en cuanto acabasen la especialidad, sus padres lo enviaron a Homs cuando tenía dos años, a casa de su abuela, quien lo inscribió en las clases de piano que impartía una religiosa: «Una monja francesa en un colegio de jesuitas», dice Fahmi Alqhai, que es católico. Y confiesa: «Ese fue mi primer contacto con la música occidental». Después, con su perseverancia, llegaron los éxitos.

Mientras que, en Norteamérica, Amanda Gorman, la joven afroamericana de 22 años que declamó, en el acto de toma de posesión de Joe Biden como presidente de los Estados Unidos, el poema “The Hill We Climb” (la colina que escalamos), se ha convertido en una figura nacional por lo que dijo en su intervención ante todo el país respecto al sueño posible de una humanidad unida.

Amanda y su hermana gemela Gabrielle recibieron el bautismo en la parroquia católica de Santa Brígida, en Los Ángeles, y en ella, además de cursar “middle school”, se prepararon para la primera comunión y la confirmación. Es una parroquia en la que los sacerdotes están muy comprometidos en la defensa de los derechos de los afroamericanos y de los hispanoamericanos.

Y mientras escribo este artículo llega la noticia de que el embajador de Italia en la República Democrática del Congo, un escolta y el chófer han sido asesinados en un ataque perpetrado por un grupo armado cuando viajaban en un convoy que se dirigía a Rutshuru para visitar el Programa de Distribución de Alimentos a Escolares (World Food Programme) de la ONU.

El embajador Luca Attanasio nació y creció en la fe católica en la iglesia de Limbiate. Siendo adolescente, estaba muy implicado en el desarrollo de las actividades parroquiales, y siempre se mantuvo, aun en los distintos destinos a los que fue enviado en misión diplomática, en contacto con su párroco y con su parroquia de origen, en la que se ejercitó, pues siempre la consideró como una escuela, la mejor, para la vida, en el arte de darse a los demás, con generosidad total, tratando de asemejarse a Aquel que tenía por su principal modelo de referencia: Jesucristo.

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 28 de febrero de 2021, pp. 28-29

Ugur Sahin y Özlem Türeci

Fahmi Alqhai

Amanda Gorman

Luca Attanasio

El desierto

“Comprender el desierto es comprender el mar” es el título del libro del periodista madrileño Francisco Javier Expósito Lorenzo, que la editorial La Huerta Grande acaba de sacar a la luz.

En él, el autor da cuenta de lo vivido en carne propia durante una estancia en el Sáhara hace año y pico. Allí gustó, entre los bereberes, de las delicias del desierto: la sencillez, la libertad, la calma y la espiritualidad.

Dice el autor que «donde hay un desierto siempre ha habido un mar». Es lo que sostienen los científicos, basándose en el estudio de los restos fósiles. De modo que, en tiempos remotísimos, especies marinas habrían poblado, sumergidas, aquellos inmensos espacios hoy secos y desolados. 

No es el desierto, sin embargo, un lugar en el que no haya nada. Oasis, palmeras, acacias, acuíferos, jaimas y abrigos en la roca forman parte del paisaje, que, aun asemejándose al de la Luna, condesciende ofreciendo algunos espacios habitables.

E incluso en aquel silencio, diríase que absoluto, se escuchan aullidos, advierte Moisés en el libro bíblico del Deuteronomio. Así que, en la estepa hay, pues, noticias del océano; en la soledad, de la humanidad; en el alma, de Dios.

Tal vez sea eso lo que pretenden decir los tuaregs con un proverbio que se transmite entre ellos de generación en generación y en el que se muestra cuál es la verdadera naturaleza del desierto, gran seductor de espíritus atormentados en búsqueda de una paz imperecedera:

«Dios ha creado un país lleno de agua, para que los hombres puedan vivir, y un país sin agua, para que los hombres tengan sed; y ha creado el desierto: un país con y sin agua, para que los hombres encuentren su alma».

Y para orientarse en el desierto anímico, Dios le regaló una brújula al pueblo de Israel: la «tôrah», término hebreo que solemos traducir por «ley», refiriéndonos a la de Moisés, aunque el primer significado de la raíz verbal de la que proviene el sustantivo es «indicar con el dedo» o «mostrar una dirección».

Luego, adquirió la connotación de «instrucción», «enseñanza» o «guía». Es la que se contiene en el conjunto de libros que componen el Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, a los que el judaísmo venera con especial predilección y custodia, escritos sobre un solo rollo de pergamino, en el interior del tabernáculo que preside la sala principal de cada sinagoga.

Y ahora que comienza la Cuaresma, tiempo en el que se rememora la estancia de Jesús en el desierto, y dado que habremos de pasarla confinados o casi, puede ser ésta una magnífica ocasión para leer los cinco libros de la Ley de Moisés, el Pentateuco, y peregrinar, bajo su guía, desde el caos y confusión de nuestros sinsentidos y tristezas, hacia esa tierra de promisión que es el gozo de hallar nuestra propia alma, recorriendo cada cual, como reza el título de la obra de Doris Lessing, su particular desierto: “Each His Own Wilderness”.

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 14 de febrero de 2021, p. 30

La Misa: Patrimonio de la Humanidad

En la entrevista que le hizo La Nueva España y que ésta publicó a mediados del mes de enero, el Director general de Cultura y Patrimonio del Gobierno del Principado de Asturias, Pablo León Gasalla, declaró, a propósito de la catedral de Oviedo, lo siguiente: «Queremos apostar por la recuperación del patrimonio inmaterial: las ceremonias, la liturgia, el patrimonio musical, mejorar el archivo».

Al expresarse en estos términos, el Director general de Cultura y Patrimonio de Asturias muestra que posee la amplitud de visión de la Unesco, que reconoce las realidades espirituales, rituales y religiosas como incuestionables bienes de la humanidad.

Sirvan como ejemplo, entre las muchas, de esas características, que el alto organismo internacional ha incorporado a la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, éstas: peregrinación al monasterio de san Tadeo, en Irán y Armenia; el Perdón celestiniano, en Italia; fiesta del Señor Jesús del Gran Poder, en Bolivia; la Epifanía y el hallazgo de la Vera Santa Cruz de Cristo, en Etiopía; procesiones de Semana Santa de Mendrisio, en Suiza; fiesta del icono de Nuestra Señora de Budslau, en Bielorrusia; la Llevada de la Virgen, en Méjico; fiesta de la Virgen de la Candelaria de Puno, en Perú; fiesta de los Cuarenta Santos Mártires de Stip, en Macedonia; la Pasión de Skofja Loka, en Eslovenia; las ostensiones septenales lemosinas, en Francia; procesiones de la Semana Santa de Popayán, en Colombia; o la creación y el simbolismo de las cruces, en Lituania. En España hay tres: el misterio de Elche, el Canto de la Sibila de la Misa de Gallo, en Mallorca, y la fiesta de la Madre de Dios de la Salud de Algemesí.

Es preciso decir, sin embargo, que éstas, al igual que las demás manifestaciones devocionales y culturales que han brotado en el fértil mantillo del cristianismo, tienen su origen y centro en el misterio pascual de Jesucristo, que, actualizándose en la Misa, es el que las sustenta y revitaliza.

Desde la primera mitad del siglo I de nuestra era, la Cena que compartió Jesús con sus discípulos en una casa de Jerusalén, antes de su Pasión, no ha dejado de repetirse, como memorial de su encarnación, muerte y resurrección, y prenda de su segunda venida, hasta el presente. Y no hay un solo instante, durante las veinticuatro horas del día, en el que no se celebre la Misa sobre la faz de la tierra. Al ritmo de la rotación del planeta. Ininterrumpidamente.

Al principio, los cristianos se reunieron para la fracción del pan eucarístico en los domicilios de miembros de la comunidad; luego, también en lugares descampados, grutas, barcos o catacumbas; después, en los edificios que fueron construyendo para colocar en ellos el altar y para custodia de las sagradas especies, y para que los bautizados saboreasen, anticipadamente, en la hermosura de la Casa de Dios, las delicias del banquete del cielo.

Los estilos de las iglesias han sido según el gusto de las regiones o el del siglo: bizantino, normando, visigótico, escandinavo, eslavo, románico, gótico, renacentista, barroco o neoclásico. Las revistieron con retablos, imágenes, vidrieras, tapices, cuadros, órganos, lámparas y rejerías. Con las mejores gemas, los materiales más nobles y los más primorosos recamados, y para su uso en la Misa, se hicieron cálices, patenas, crucifijos, vinajeras, incensarios, navetas, candelabros, aguamaniles, atriles, campanillas, casullas, dalmáticas, lienzos de altar, arquetas-relicarios, sacras y antipendios.

Renombradas personalidades de la música le dedicaron inspiradísimas y universalmente admiradas, por su excelencia, sean cuales sean las creencias de quienes las escuchan, composiciones. Ahí están las Misas de Palestrina, Tomás Luis de Victoria, Monteverdi, Allegri, Scarlatti, Charpentier, Cherubini, Pergolesi, Bach, Haydn, Mozart, Beethoven, Rossini, Schubert, Schumann, Liszt, Gounod, Bruckner, Poulenc, Britten, Stravinsky, Bernstein, Kodály o Morricone. Y las de muchos más. Las hay también que, por el ritmo, el instrumental, el lugar o el contexto cultural en el que se originaron, gozan de gran popularidad.

¿Y qué decir de las Misas en gregoriano? Durante siglos, en todas las iglesias del mundo, urbanas y rurales, de rito latino, se ha sabido y cantado la “De Angelis”. Imagino que, en las orientales, habrá sucedido algo parecido con sus tradicionales y antiquísimas melodías. Las que entonan las polifónicas voces bizantinas frente a las celestiales representaciones del iconostasio logran transportar a quienes participan en la Divina Liturgia hasta el mismísimo umbral de la gloria eterna.

La Misa forma parte, pues, de la cultura universal. Si no fuese por ella, no habrían surgido las magníficas e innumerables obras que, en los dos últimos milenios, han realizado un sinfín de literatos, pintores, filósofos, escultores, arquitectos y músicos. Y es por ello por lo que la Unesco debería, en justicia, inscribir la Misa, de la que también han nacido la organización Cáritas y otras muchas que desarrollan importantes labores de ayuda y promoción social en todo el mundo, en el catálogo de aquellos bienes que constituyen el Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 7 de febrero de 2021, p. 26

«Misa de san Gregorio», obra de Juan Ducete Díez (escultor) e Isidoro Ruiz y Juan de Espinosa (doradores) (año 1606). Formó parte del antiguo retablo de la Capilla de la Universidad de Oviedo.

Springsteen: The Middle

Se hablaba en la antigüedad del ombligo (ómphalos) del mundo. Era el centro a partir del cual habría sido creado todo, deviniendo ese lugar un espacio sagrado, como, por ejemplo, el “ádyton” de Delfos.

El “ómphalos” de los Estados Unidos se halla en la localidad de Lebanon, en Kansas. Allí, una pequeña capilla, de madera y pintada de blanco, en la que hay una cruz clavada, en el testero, sobre una bandera de los Estados Unidos, señala el centro geográfico de la nación.

Del significado de esa capilla trata el anuncio que protagoniza Bruce Springsteen, en la conmemoración del nacimiento, hace ochenta años, de la marca Jeep, la de los famosos vehículos todoterreno.

En la grabación, retransmitida durante el reciente Super Bowl, el cantante no menciona ni el modelo ni la firma, sino solo ese pequeño santuario que se alza en el punto de convergencia de los Estados contiguos de la Unión, en el que deja encendida, al final del soliloquio, una vela.

El vídeo está colgado en YouTube y, en él, dice Bruce Springsteen: «Hay una capilla en Kansas, que está en el centro exacto de los 48 estados meridionales (contiguos). Nunca está cerrada. Todo el mundo es bienvenido y a todos se los invita a que se reúnan aquí, en el centro».

A continuación, habla del descentramiento estructural: «No es un secreto. El centro ha sido un lugar difícil de alcanzar últimamente. Entre el rojo y el azul. El siervo y el ciudadano. Entre nuestra libertad y nuestro miedo. Ahora bien, el miedo no ha sido nunca la parte mejor de aquello que somos».

Y prosigue: «En cuanto a la libertad, no es patrimonio de unos pocos afortunados, sino que pertenece a todos. Quienquiera que seas y de donde quiera que seas. Esto es lo que nos une. Y tenemos necesidad de esa conexión. Tenemos necesidad del centro. Debemos solamente recordar que el terreno sobre el que nos encontramos es un espacio común».

Springsteen concluye su mensaje con una evocación de la marcha por el desierto, la luz en el camino, la subida a la montaña y la esperanza de futuro: «Así que podemos ir allí. Podemos llegar a la cima de la montaña, a través del desierto, y superaremos esta división. Nuestra luz ha encontrado siempre su camino en la oscuridad. Y hay esperanza en el camino … más adelante».

Como se recordará, el pasado mes de enero, en la gala de inauguración del mandato de Joe Biden como presidente de los Estados Unidos, Springsteen entonó, al pie de las escaleras del Lincoln Memorial de Washington, D.C., la que él calificó de «oración por nuestro país», refiriéndose a la canción “Land of Hope and Dreams”, que trata de campos, vías de tren, oscuridad y luz, cansancio, compañía, santos y pecadores, almas perdidas, fe y campanas de libertad, en un viaje hacia una tierra de sueños y esperanza.

Esos mismos motivos son los que subyacen en algunas de las imágenes del anuncio de Jeep: una carretera hacia el infinito, un paisaje nevado, un sombrero de cowboy, unas botas de piel en color “camel”, un molino de viento, un tren en marcha, el porche de una casa con la bandera de los Estados Unidos, un caballo, las torres de centrales termoeléctricas, los rascacielos de colores metálicos, los edificios de ladrillo rojo y un bar con el rótulo luminoso de una marca de bebida. Es la América profunda. A cuyos valores más genuinos y esenciales es preciso volver, para, así, recomponer el maltrecho tejido social.

Y el lar en el que permanecen aún vivas las brasas del fuego que ha surtido de energía a quienes han sido capaces de hacer realidad el sueño de los constructores de una nación, es un pequeño santuario, en el centro del país y del ser de cada ciudadano, en el que la fe religiosa es impulso configurador y dinamizador.

Es la fe religiosa a la que Martin Luther King aludía en el discurso que pronunció durante la Gran Marcha de la Libertad, en Detroit, en junio de 1963: «Con esta fe, iré y excavaré un túnel de esperanza a través de la montaña de la desesperación. Con esta fe, iré contigo y transformaré los oscuros ayeres en luminosos mañanas. Con esta fe, lograremos alcanzar ese nuevo día en el que todos los hijos de Dios, negros y blancos, judíos y gentiles, protestantes y católicos, unamos nuestras manos y cantemos con las palabras del antiguo espiritual negro: ¡Libres al fin! ¡Libres al fin! ¡Gracias, Dios todopoderoso, somos libres al fin!».

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 21 de febrero de 2021, p. 28

Véase el vídeo más abajo

Puede verse el vídeo subtitulado en Youtube: «Springsteen: The Middle subtitulado en español»

El de la esperanza (en la «Divina Comedia»)

«Abridme las puertas de la salvación», dijo el arzobispo de Santiago ante la Puerta Santa de la catedral compostelana, y el pueblo respondió: «Y entraré para dar gracias al Señor». El prelado dio entonces un golpe en la Puerta con la cara de un martillo de plata y madera de encina, regalo de un matrimonio alemán, en la que figura la ovetense Cruz de los Ángeles.

Y así otras dos veces, después de proclamar los correspondientes versículos bíblicos: «Entraré en tu casa, Señor» y «Abrid las puertas, que nuestro Dios está con nosotros». A continuación, alternando las acciones con versos sálmicos, introdujo una gran llave en la cerradura de la Puerta Santa y la hizo girar dentro, y atrajo luego hacia sí, ceremonialmente, sus hojas.

Repicaron las campanas, estallaron las bombas de una traca, encendieron la linterna de la Berenguela-Torre del Reloj, y sonaron, jubilosos, el órgano y las trompetas. El arzobispo recitó una oración, se arrodilló, enarbolando una cruz, en el umbral, los diáconos purificaron con ramos de olivo, impregnados de agua bendecida, las jambas de la Puerta y las personas designadas para ello la ornaron con capullos de rosas blancas. El coro cantaba “Iubilate Deo”.

El ingreso en la catedral fue procesional. Un solista desgranaba, con voz admirable, las estrofas del “Te Deum”. Impresionante. «Te per orbem terrarum sancta confitetur Ecclesia, Patrem immensae maiestatis», se escuchaba, mientras el cortejo avanzaba por una nave lateral hacia la Via Sacra, la que conduce «in recto» al Altar mayor, que luce, en sus dorados, imágenes y filigranas, con resplandores que evocan la gloria de la Jerusalén celestial. Inefable. «Tu, devicto mortis aculeo, aperuisti credentibus regna caelorum».

Y en el centro de aquel reflejo del cielo en la tierra, haciendo las funciones del clavero san Pedro, el apóstol Santiago. Asentado en un trono, como le había anunciado Cristo (Mateo 19,28), recibe a los peregrinos, que, vestidos con el traje que se requiere para la fiesta, le imploran que les alcance de Dios la gracia de poder tomar parte en el banquete de bodas del Cordero, como en la Ciudad Santa del Apocalipsis.

No creo que a san Pedro le parezca mal el que Santiago ejerza ese menester, dada la alta estima que se profesan, según refiere Dante en la “Divina Comedia”: «Igual que un palomo se posa junto a un compañero y le muestra el afecto dando vueltas y zureando, así vi que un gran príncipe glorioso acogió al otro mientras alababan el alimento que allá arriba se come». Es en el Canto 25 del Paraíso.

Concluido aquel «gratular», el apóstol Santiago y el Poeta mantuvieron un coloquio sobre la esperanza. «Es la esperanza, dijo Dante al Apóstol, certidumbre, producida por la gracia divina y el mérito precedente, de la gloria futura. De muchas estrellas me llegó esta luz, pero en mi corazón la destiló primero el máximo cantor del Guía supremo». Dante estaba pensando en David. «Después tú me la instilaste con tu epístola, y estoy tan lleno de ella, que en otros la derramo». Aludía a la neotestamentaria Carta de Santiago.

Es Santiago, pues, Apóstol de la esperanza y vector para que acaezca la transformación que se opera por la fe, activa en el amor. Decía Carl Gustav Jung que «el encuentro de dos personalidades es como el contacto de dos sustancias químicas: se produce una reacción tal que ambas se transforman». Y eso fue lo que les sucedió, cuando se encontraron con Jesús, a Pedro, Santiago y Juan; y a Dante, al compenetrarse con el alma inspirada de los autores de «las nuevas y las viejas escrituras».

Y eso es lo que le sucede al peregrino, que, cual palomo, por seguir usando la imagen de la “Divina Comedia”, vuela gozoso hasta el lugar del apóstol Santiago, el de la esperanza, para abrazarlo, regenerarse por el sacramento del perdón y gustar, ya en esta tierra, bajo la benevolente mirada del hijo de Zebedeo, el «alimento que allá arriba se come».

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 10 de enero de 2021, p. 29