Catedral de Oviedo: «Locus iste»

La obertura-fanfarria «Locus iste» es una obra de estreno compuesta por Guillermo Martínez Vega, organista de la Catedral de Oviedo, para conmemorar los doce siglos de la consagración de su primer altar. Fue en el año 821. El acto de estreno tendrá lugar el viernes 29 de octubre de 2021, a las 19,30 horas, en la Catedral de Oviedo.

Guillermo, descendiente de una conocida y apreciada familia de Cangas de Onís (Asturias), describe la obra en estos términos:

“Escrita para 3 conjuntos sonoros, separados espacialmente -orquesta clásica, ensemble de vientos y trompeta-, busca explorar el espacio sonoro en la línea del egregio estilo policoral veneciano. Su forma es libre. Las semánticas musicales nacen todas ellas en las imágenes y melodías esbozadas en el canto gregoriano: «Locus iste». Canto propio para la dedicación de un templo.

Las tonalidades empleadas en la partitura -mi mayor y do mayor- son algunas de las sentidas por los músicos como tonalidades «de luz». Así, la arquitectura del discurso musical nos llevará a través de 4 capítulos.

En el primero, “Soñando una Catedral”, la exposición nos presentará un paisaje sonoro lírico y onírico (en los sfumatos que la orquestación dibuja), desembocando sin solución de continuidad en un épico final y clímax. Este capítulo es presentado por la orquesta sita en el espacio escénico principal.

En el segundo capítulo, “Proclamando una Catedral”, emergerá la melodía gregoriana que da título a Locus iste, a cargo de una trompeta situada en uno de los triforios laterales, como un segundo espacio escénico en las alturas. Y así, la trompeta se alza sobre la orquesta, que cristalizada en una serie de nubes armónicas que buscan alinearse con la mística que la melodía gregoriana suscita. El desarrollo del capítulo dibuja un relieve de creciente riqueza armónica y rítmica, así como dinámica e instrumental.

En el tercer capítulo, “Celebrando una Catedral”, la fanfarria es inaugurada por el ensemble de vientos sito en el órgano de Coro -tercer espacio escénico de la obra- y, en vivo diálogo entre los tres cuerpos sonoros, se nos brinda el desarrollo de la obra. Éste, de carácter festivo y pastoral, es escrito en ritmos ternarios que, según la tradición de la literatura musical, son relacionados numérica y simbólicamente con la Trinidad de Dios ya desde la noche de los tiempos.

Nuevamente, el relieve sonoro creciente del capítulo y su trepidante rítmica nos conducirán hacia la sección última, el cuarto capítulo, “La luz de una Catedral”.

Se inicia con una reexposicion del primer clímax de esta composición (capítulo primero) y, a partir de este punto, el fin al que conducirá el discurso musical reexpondrá y reelaborará los materiales temáticos empleados en toda la obra, en una dimensión ya plenamente policoral. Y ya sólo será uno el afán… llenar todo el templo de sonido en un sentido literal del término y de luz en un sentido figurado, así como el cielo es descrito en textos bíblicos como una luz brillantísima y sin parangón. Una luz que llena, una luz que envuelve, una luz que ciega”.

«Locus iste» es el título de un gradual en latín que se canta en la liturgia de la dedicación de una iglesia.

El texto se basa en los pasajes bíblicos del sueño de Jacob (Génesis 28,16-19) y de la zarza ardiente (Éxodo 3,4-6):

Locus iste a Deo factus est,
inaestimabile sacramentum,
irreprehensibilis est.

«Este sitio es obra de Dios, y sacramento tan valioso, que no puede ser estimado como en verdad y realmente le corresponde, y no tiene mancha alguna.»

Los pasajes de inspiración son, tal como aparecen en la Vulgata, éstos:

Génesis 28,16-19: «Cumque evigilasset Jacob de somno, ait : Vere Dominus est in loco isto, et ego nesciebam. Pavensque, Quam terribilis est, inquit, locus iste ! non est hic aliud nisi domus Dei, et porta cæli. Surgens ergo Jacob mane, tulit lapidem quem supposuerat capiti suo, et erexit in titulum, fundens oleum desuper. Appellavitque nomen urbis Bethel, quæ prius Luza vocabatur».

Traducción: «Despertó Jacob de su sueño, y se dijo: «Ciertamente está el Señor en este lugar, y yo no lo sabía»; y, atemorizado, añadió: «¡Qué terrible es este lugar! No es sino la casa de Dios y la puerta de los cielos». Se levantó Jacob bien de mañana, y, tomando la piedra que había tenido de cabecera, la alzó como memoria y vertió óleo sobre ella. Llamó a este lugar Bétel, aunque la ciudad se llamó primero Luz».

Éxodo 3,4-6: «Cernens autem Dominus quod pergeret ad videndum, vocavit eum de medio rubi, et ait: Moyses, Moyses. Qui respondit: Adsum. At ille: Ne appropies, inquit, huc: solve calceamentum de pedibus tuis: locus enim, in quo stas, terra sancta est. Et ait: Ego sum Deus patris tui, Deus Abraham, Deus Isaac et Deus Jacob. Abscondit Moyses faciem suam: non enim audebat aspicere contra Deum».

Traducción «Vio el Señor que se acercaba para mirar, y Dios le llamó de en medio de la zarza: «¡Moisés, Moisés!» El respondió: «Heme aquí». El Señor le dijo: «No te acerques. Quita las sandalias de tus pies, que el lugar en que estás es tierra santa»; y añadió: «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob». Moisés se cubrió el rostro, pues temía mirar a Dios».

A pocos centímetros de la Belleza

Con esta nueva entrega de la serie «Celata Pulchritudo», por la que la dirección de los Museos Vaticanos pretende acercar los tesoros custodiados en éstos al público en general, nos eleva ahora a las cimas de la Belleza, tal como se se hallan en la bóveda de la Capilla Sixtina.

Gracias a las plataformas móviles, llamadas «arañas», se puede ascender a 20 metros sobre el suelo, para dar a las pinturas el mantenimiento que requieren. Esto viene haciéndose desde los tiempos del Papa Paulo III (1543), quien creó la figura del «Mundator», que habría de encargarse de que las de la Capilla Sixtina y la Sala Regia no perdiesen, a causa del polvo y las partículas de suciedad ambiental, su esplendor.

Con la creación del Laboratorio de Restauración de Pinturas, en 1923, cobró nuevo impulso esta tarea, al servicio de la cual fueron incorporándose los avances técnicos que los tiempos han ido trayendo. Hoy se ocupa de aquellos antiguos menesteres del «Mundator» la Oficina del Conservador, creada en 2008. Es ella la que vela para que las condiciones ambientales sean las que se precisan para el mantenimiento del buen estado de los frescos y de las obras artísticas de esas salas del Vaticano.

Y así, en los meses de enero y febrero, equipos de científicos y operarios suben hasta las pinturas de Miguel Ángel cuando el público ha abandonado ya la Capilla Sixtina. Y permanecen allá arriba, revisando cuidadosamente todo, desde las 18,00 horas hasta las 23,00 horas cada día.

Eliminan el polvo, estudian la película de la pintura y el enlucido, comprueban que no haya desprendimientos o hayan aflorado sales u hongos, y supervisan el correcto funcionamiento de los treinta sensores que miden los valores climáticos de la Capilla. Están ocultos en las cornisas.

Téngase en cuenta que la Capilla Sixtina es visitada por seis millones de personas al año, que producen dióxido de carbono, vapor, humedad y calor. Hay, por tanto, que estar muy pendientes de que no se dañen las pinturas por la presencia de los visitantes. Y para eso resultan de gran utilidad los sensores.

Y, de este modo, la Iglesia sigue prestando al mundo el gran servicio de la fe, que crea cultura, belleza y da sentido a nuestras vidas, y recurre a los conocimientos científicos y tecnológicos que contribuyen a preservar ese acervo que se ha generado en su seno durante siglos para dar gloria al que es la fuente de la Belleza y mostrar el esplendor de la Verdad, y que ha hecho de la Capilla Sixtina un recipiente de diez mil metros cúbicos de radiante Hermosura desplegada en los dos mil quinientos metros cuadrados de superficie pintada.

Hélène Carrère d’Encausse

Confieso que me resulta más interesante la madre que el hijo. Ella es Hélène Carrère d’Encausse; él, Emmanuel Carrère, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2021. Elegida para ocupar el Sillón 14 de la Academia francesa en 1990, es su “Secretario perpetuo” desde 1999, pues defiende a ultranza que eso es lo que es: “Secretario” y no “Secretaria”.

Nació en Paris, en 1929, de una familia de origen georgiano, dispersa por Europa a causa de la Revolución rusa, en la que hubo de todo: servidores del Imperio, detractores del Imperio, un presidente de la Academia de Ciencias Sociales bajo el reinado de Catalina la Grande y tres regicidas. De esa misma familia es Salomé Zurabishvili, presidente de Georgia desde 2018, con una importante carrera diplomática y política a sus espaldas.

No es de extrañar, pues, que Hélène Carrère d’Encausse considerase que el dedicarse a la investigación y a la docencia de Historia y de Ciencias Políticas, funciones que ejerció en la Universidad de la Sorbona y en el Instituto de Estudios Políticos de París, le fuese algo connatural. Es doctora “honoris causa” por cuatro universidades y profesora invitada en Oriente y Occidente, miembro de unas cuantas academias e instituciones, estuvo en el Parlamento europeo, presidió comisiones y recibió premios por varios de los treinta y tantos libros que publicó. La mitad de ellos en la casa editorial Fayard. La mayor parte, sobre Rusia.

Sus intervenciones en la “Académie” exhalan la exquisita fragancia del “esprit” francés. En el sillón que ella ocupa se sentaron anteriormente los hermanos dramaturgos Pierre y Thomas Corneille, el novelista Víctor Hugo, el poeta Leconte de Lisle, el germanista Robert d’Harcourt y el político Jean Mistler, su inmediato antecesor, por citar solo algunos nombres de los dieciséis “inmortales” que la precedieron en el sillón 14.

La función principal del “Secretario perpetuo” es, en la Academia francesa, la de representar a ésta en los actos oficiales. Y los discursos de Hélène Carrère d’Encausse se mantienen siempre a la altura de lo que se espera de alguien que ha de visibilizar institucionalmente los fines que el cardenal Richelieu estatuyó al fundarla. Y la madre del reciente Premio Princesa de Asturias de las Letras 2021, justo es decirlo, no se queda corta, no, al exaltar la lengua francesa valiéndose de la amplitud de sus conocimientos sobre historia europea y cultura francófona.

Íntimamente vinculada a esa historia y cultura se halla la fe cristiana, de la que han hecho y hacen gala algunos académicos de la gran nación vecina. Así lo dejó patente Madame Carrère d’Encausse en su discurso de ingreso en la Academia y en los de recepción del cardenal Jean-Marie Lustiger y del politólogo René Rémond, en las despedidas fúnebres de este último y del físico Louis Leprince-Ringuet, el jurista Georges Vedel, el historiador del arte Maurice Rheims, el dominico Ambroise-Marie Carré, el periodista Bertrand Poirot-Delpeche, los novelistas Pierre Moinot y Jean Dutourd, el crítico literario Hector Bianciotti, el musicólogo Philippe Beaussant y el político Max Gallo.

Madame Carrère d’Encausse emite, cuando habla, ideas, datos y citas literarias que captan el interés del oyente, deleitándolo, y, después, una vez publicadas, del lector. En ella es todo “politesse”. Y “savoir faire”. Como cuando recibe a los mandatarios que visitan la Academia. El último fue Marcelo Rebelo de Sousa, presidente de Portugal, en 2019, al que, en el saludo protocolario, le dijo: «Su presencia entre nosotros hoy, Señor Presidente de la República, reviste una significación particular. Es el símbolo de la amistad que une nuestros dos países, de sus afinidades espirituales; es el símbolo de nuestro apego común a una civilización, la de la latinidad, a sus lenguas, a sus Letras. Es el símbolo de nuestra fe en la primacía de la vida del espíritu».

El respeto entre las instituciones es un delicado valor que éstas no pueden permitir que venga a menos en las enriquecedoras relaciones que es preciso mantener con entidades pares. Y en España estamos siendo, en esto, poco cuidadosos. No se mira o no se piensa bien lo que se dice, desde unas, acerca de otras. «Manca finezza». Y eso no puede ser. Es por ello por lo que resulta reconfortante leer discursos como los que ha pronunciado Hélène Carrère d’Encausse, durante treinta años en la “Académie française”, pues en ellos se aprende el arte del buen decir como una manifestación exterior del noble sentir, de la alta cultura y de la consideración que se merecen los otros.

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 24 de octubre de 2021, p. 24

Hélène Carrère d’Encausse

Académie française

L’infinito

Sempre caro mi fu quest’ermo colle
e questa siepe, che da tanta parte
dell’ultimo orizzonte il guardo esclude.
Ma sedendo e mirando, interminati
spazi di là da quella, e sovrumani
silenzi, e profondissima quiete,
io nel pensier mi fingo; ove per poco
il cor non si spaura. E come il vento
odo stormir tra queste piante, io quello
infinito silenzio a questa voce
vo comparando: e mi sovvien l’eterno,
e le morte stagioni, e la presente
e viva, e il suon di lei. Cosí tra questa
inmensità s’annega il pensier mio:
e il naufragar m’è dolce in questo mare.

Giacomo Leopardi, I Canti (1831), Canto XII

Versión de Antonio Colinas

Siempre caro me fue este yermo cerro

y este seto, que priva a la mirada

de tanto espacio del último horizonte.

Mas, sentado, y contemplando, interminables

espacios más allá de aquellos y sobrehumanos

silencios, y una quietud hondísima

en mi mente imagino. Tanta que casi

el corazón se estremece. Y como oigo

el viento susurrar en la espesura

voy comparando ese infinito silencio

con esta voz. Y me acuerdo de lo eterno,

y de las estaciones muertas, y de la presente

y  viva, y de su música. Así que, entre esta

inmensidad mi pensamiento anego,

y naufragar en este mar me es dulce.

Colle del’Infinito (Recanati)

«L’infinito», declamado por Vittorio Gassman

De nuevo Teresa

Hace cien años que la universitaria judía Edith Stein se convirtió al catolicismo, al que fue acercándose por etapas. Había tenido una crisis de fe en la adolescencia, que la abocó a un ateísmo total. Sin embargo, latía en ella un deseo insaciable de buscar la verdad por medio de la razón, el estudio y los conocimientos que las ciencias humanas proporcionan. Y se dedicó enteramente a las indagaciones filosóficas que la condujeron, en la Universidad de Gotinga, al encuentro con el profesor Edmund Husserl y el método fenomenológico.

Los primeros coloquios de Edith con el cristianismo fueron en contexto académico: en un curso sobre el Padrenuestro y, sobre todo, a través de las obras del filósofo Max Scheler, del que escribió: «Este fue mi primer contacto con este mundo hasta entonces para mí completamente desconocido. No me condujo todavía a la fe, pero me abrió a una esfera de “fenómenos” ante los cuales yo nunca podía pasar ciega.[…]. Las limitaciones de los prejuicios racionalistas en los que me había educado, sin saberlo, cayeron, y el mundo de la fe apareció súbitamente ante mí. Personas con las que trataba diariamente y a las que admiraba, vivían en él». 

Un día, visitando con una amiga la catedral de Fráncfort, reparó en una mujer que, portando un cesto de mercado, entró y se arrodilló para rezar una oración: «Esto fue para mí algo totalmente nuevo. En las sinagogas y en las iglesias de los protestantes, a las que había ido, se acudía solamente para los oficios religiosos. Pero aquí llegaba cualquiera, en medio de los trabajos diarios, a la iglesia vacía, para un diálogo confidencial. Esto no lo he podido olvidar».

Hubo más episodios, en los que su incredulidad fue cediendo, pues la luz que irradia la Cruz de Cristo iba iluminando progresivamente los espacios de resistencia a la fe que había en su interior. Hasta que llegó la hora de la iluminación plena. Fue en el verano de 1921. Estaba en casa del matrimonio Conrad-Martius, Theodor y Hedwig, que eran amigos suyos, discípulos de Husserl y filósofos. Tuvieron que ausentarse. Y Edith, para entretenerse, se puso a ojear los libros de las estanterías de la biblioteca. Y cogió uno al azar: el de la vida de santa Teresa de Jesús. Se sumergió en sus páginas y, cuando acabó de leer la última, se dijo: «¡Esta es la verdad!».  El 1 de enero de 1922 recibió el bautismo en la Iglesia católica y adoptó los nombres de “Theresia Hedwig”, tal como figuran en su partida de bautismo redactada en latín. Hoy es, en los altares, santa Teresa Benedicta de la Cruz, copatrona de Europa.

Otro judío, el compositor y saxofonista neoyorquino John Zorn, también ha encontrado una veta de inspiración en los escritos de santa Teresa de Jesús, a la que ha dedicado su último disco, concluyendo así la trilogía incoada hace dos años, en la que son protagonistas san Francisco de Asís (“Nove Cantici”, 2019) y beata Juliana de Norwich (“Virtue”, 2020). El de la Santa española salió al mercado el 19 de marzo de 2021, fiesta de san José, hacia el que la monja reformadora sentía especial afecto, y lleva por título “Teresa de Ávila”. Fue editado, al igual que los dos anteriores, por el sello “Tzadik”.

Consta de diez temas para tres guitarras acústicas, cuyas cuerdas, en este caso, vibran al rasgarlas los dedos de Bill Frisell, Julian Lage y Gyan Riley: “Devotion”, “El Castillo Interior”, “A Blessing of Tears”, “Danza Estática”, “An Embarrassment of Raptures”, “Teresa”, “El Camino”, “The Sweetness of this Excessive Pain”, “Marrano” y “Levitations”. El retrato de santa Teresa de la cubierta es el que pintó François Gérard.

En la presentación escrita de este nuevo disco de John Zorn, que figura en el libreto que lo acompaña, su autor, Arnold Davidson, profesor de la Universidad de Chicago, trata de desmontar el prejuicio ampliamente extendido de que la mística nos aleja de la realidad de la vida cotidiana. Y es todo lo contrario: nos mete en ella y la reviste, coloreándola, de trascendencia. Ésta, la trascendencia, es, además, en palabras de Arnold Davidson, «transformadora».

Mas, para que esto acontezca, se requieren ciertas prácticas preparatorias. Y de ahí la conveniencia de que se hagan «ejercicios espirituales», que dispongan al sujeto para esa renovación y elevación de su ser y de su entera existencia. Davidson no estaba pensando, cuando escribía esto, en los de san Ignacio de Loyola, sino en los de la Filosofía antigua, que el francés Pierre Hadot, recogió en su libro “Ejercicios espirituales y Filosofía antigua”.

Y vista la perenne actualidad de la Santa de Ávila, así como la de los ejercicios espirituales, la celebración, en 2022, del cuarto centenario de la canonización de santa Teresa de Jesús, de san Ignacio de Loyola, de san Francisco Javier y de san Isidro labrador, constituirá una ocasión propicia para que sean dadas a conocer, en todo el mundo, la doctrina espiritual, la forma de vida y la proyección universal de estas cuatro grandes figuras de la Iglesia en España.

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 17 de octubre de 2021, p. 25

Portada del disco «Teresa de Ávila», de John Zorn, con el retrato que François Gérard (1829) pintó de la Santa.

Edith Stein (1891-1942)

John Zorn (Queens, Nueva York, 1953)

Club de Jazz 18/03/2021 || Programa de radio sobre el disco «Teresa de Ávila»

Inabarcable e inasequible al desaliento, John Zorn y su imparable producción discográfica. Estrenamos «Teresa de Ávila», el trabajo con el que el neoyorquino cierra su trilogía de místicos de la cristiandad junto a los guitarristas Julian Lage, Gyan Riley y Bill Frisell:

https://www.ivoox.com/club-jazz-18-03-2021-por-todos-los-audios-mp3_rf_67048073_1.html

La catedral de Oviedo: Un dechado de belleza

«Qué deseables son tus moradas, Señor del universo. Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo. Hasta el gorrión ha encontrado una casa; la golondrina, un nido donde colocar sus polluelos: tus altares, Señor del universo, Rey mío y Dios mío. Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre», confiesa el autor del salmo 84 (83), que no encuentra, en su mundo, belleza que iguale a la del templo: «Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa».

Yo tampoco la encuentro en el mío que sea equiparable a la del templo catedralicio de Oviedo: la estilización de las naves, la luz irisada que se proyecta en ellas a través de los vitrales, los rosetones que atraen las miradas hacia el óculo en donde empieza, tras los celajes, el cielo, tan arriba y, a la vez, tan cerca; las colosales columnas, que confieren la seguridad de que, si la mente se eleva a las alturas de donde proviene la luz, los pies están bien afianzados en la tierra; las geometrías y proporciones divinas, la sobriedad de los arcosolios bajo los que reposan las dignidades, los pórticos y sus ornados dinteles, la elegancia y magnificencia de las capillas laterales, los retablos con las imágenes, a las que el magín y la técnica de los tallistas lograron infundir apariencia de vida; y el pavimento ajedrezado, en el que los extremos angulares de las baldosas apuntan en dirección al testero, encaminando así a los fieles hacia el altar y la cátedra, que la girola circunda y en la que ángeles, profetas, apóstoles, pastores, vírgenes mártires, monjes y elegidos rodean, como trasunto de la Jerusalén celestial, el trono de Dios y del Cordero.

Y en el presbiterio, «ad orientem», el retablo mayor, como un pergamino que, desenrollándose desde el cielo, desciende hasta la tierra. En él están representados los principales acontecimientos de la historia terrena del Salvador del mundo, que, prefigurados y profetizados en el Antiguo Testamento, son susurrados al oído del obispo, cuando está sentado en la cátedra, por los apóstoles san Pedro y san Pablo y explicados por los cuatro santos Padres de la Iglesia latina.

Edificado para albergar la cátedra episcopal, es ésta la que le da el nombre de catedral al templo. Encastrada entre episodios evangélicos, de la cátedra emana, por el ministerio apostólico del obispo, la belleza de la doctrina católica. Esta luminosa armonía del Credo fue la que, en 1951, colmaba de una dicha inefable a la escritora Carmen Laforet, nacida en Barcelona hace ahora cien años y Premio Nadal en 1944 por la novela “Nada”:

«Me ha sucedido algo milagroso, inexpresable, imposible de comprender para quien no lo haya sentido y que, sin embargo, tengo la obligación de contar a los que quiero… Rezo el credo por la calle sin darme cuenta. Cada una de sus palabras son luz… La gracia, tal como la he recibido, es la felicidad más completa que existe. La pobre voluptuosidad humana… No es nada comparada con esto. Nada».

La catedral de Oviedo es toda ella expresión de ese Credo, que los artífices lograron visibilizar, alentados por la fe cristiana que profesaban y asistidos por una sobrenatural inspiración, en los materiales sobre los que trabajaron. Y delante de la cátedra, la mesa con los lienzos siempre dispuestos para la Cena del Señor, de la que no hay casilla para ella entre las que componen el retablo, pues la escena se representa al vivo cada vez que se celebra la eucaristía.

Hace siglos que, para actualizar el sacrificio único y redentor de Cristo, fue consagrado el altar de la iglesia sobre la que posteriormente se construyó la que hoy conocemos. Aquella ceremonia no debió de ser ni remotamente como la que presidió Salomón en la inauguración del culto en el templo de Jerusalén: «Ofreció en sacrificio veintidós mil toros y ciento veinte mil ovejas». Pero sí por los efectos en cuanto al favor de Dios: «Mantendré mis ojos abiertos y mis oídos atentos a la oración que se haga en este lugar. He elegido y santificado este templo para que mi Nombre esté en él eternamente. Mis ojos y mi corazón estarán en él todos los días» (2 Crónicas 7,5.15-16).

Y así, desde aquella lejana fecha de su consagración hasta el presente, en la iglesia de “San Salvador y de los doce apóstoles”, de Oviedo, no ha dejado de mostrarse amorosa y providente la Presencia divina, que, aunque no puede ser contenida en lugar alguno, se complace en morar y manifestar su esplendor, belleza y gloria en los edificios que manos humanas levantan para darle honor, rendirle reverencia, tributarle respeto, confiarle las súplicas y agradecerle sus dones.

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, martes 12 de octubre de 2021

(Especial “Catedral de Oviedo: 1200 años», p. 6)

COP26

Del 31 de octubre al 12 de noviembre, tendrá lugar, en Glasgow, la 26.ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC COP26 – Conference of the Parties). Ante este importante evento, el Vaticano y las embajadas del Reino Unido e Italia cerca de la Santa Sede organizaron un encuentro, que, con el título “Faith and Science: Towards COP26”, fue clausurado el pasado lunes, 4 de octubre, por el Papa Francisco en el Aula de las Bendiciones del Palacio Apostólico.

Lo hizo en presencia de una veintena de líderes religiosos, de diplomáticos de las instituciones promotoras, de los presidentes de las Pontificias Academias de las Ciencias y de las Ciencias Sociales y de algunos jóvenes que participaron, en Milán, en la Conferencia mundial “Youth4Climate: Driving Ambition”.

En el acto de clausura, el Papa entregó un escrito, firmado por cerca de cuarenta líderes religiosos, a Alok Sharma, presidente designado para COP26, y a Luigi Di Maio, ministro de Asuntos exteriores italiano. Los firmantes pertenecen a diversas confesiones cristianas, al islam chiita y sunnita, al judaísmo, hinduismo, sijismo, budismo, confucianismo, taoísmo, zoroastrismo y jainismo.

El documento, en el que los dirigentes religiosos piden a la comunidad internacional que actúe con la mayor prontitud ante el preocupante estado de deterioro en el que se halla la “Casa común”, es el resultado de las sesiones de trabajo que, durante meses, mantuvieron con científicos de las distintas especialidades concernidas por los problemas globales que está generando el cambio climático.

En el escrito se recogen las advertencias de los científicos respecto a la importancia de reducir el aumento de la temperatura en el planeta, que ha alcanzado los niveles más altos de los últimos doscientos mil años, y sobre el poco tiempo de que se dispone, a estas alturas del desarrollo del problema, para aplicar soluciones rápidas y eficaces y poder reconducir la situación hacia condiciones de una aceptable sobrevivencia: una década.

Y en cuanto al papel que, en todo ese proceso, han de desempeñar las tradiciones religiosas del mundo se destaca el de la contribución a la transformación educacional y cultural, con el fin de que se llegue a una auténtica «conversión ecológica», dando prioridad, en los programas educativos que aquéllas realizan, a los conocimientos científicos y técnicos que promuevan una respetuosa relación de los fieles con su entorno.

Además, en lo que se refiere a la participación en el debate público sobre las cuestiones del medio ambiente, los líderes religiosos intervendrán, para proyectar luz, con aportaciones extraídas del riquísimo patrimonio moral que sus comunidades custodian desde hace siglos. Éstas, a su vez, adoptarán, en sus modos de vida y en sus instalaciones, las medidas que los expertos están urgiendo como inaplazables para que los efectos negativos de los cambios en el clima aminoren.

Con el fin de ahondar aún más en la importancia que tiene la educación en esta etapa de la historia de la humanidad, líderes religiosos del mundo se reunieron con el Papa, al día siguiente de la clausura del encuentro “Faith and Science: Toward COP26”, para hablar sobre las religiones y la educación: “Religions and Education: Towards a Global Compact on Education”.

Emitieron también un comunicado final. Y en el discurso que el Papa dirigió a los asistentes, concluyó con estas palabras: «Queremos hoy declarar que nuestras tradiciones religiosas, desde siempre protagonistas de la alfabetización hasta la educación superior, refuerzan su misión de educar a cada persona en su integridad, es decir, cabeza, manos, corazón y alma. Que se piense lo que se siente y se hace; que se sienta lo que se piensa y se hace; que se haga lo que se siente y se piensa. La armonía de la integridad humana, es decir, toda la belleza propia de esta armonía».

Saldrá publicado un libro con las intervenciones. Y tanto en el comunicado final del encuentro “Faith and Science: Towards COP26” como en el de “Religions and Education: Towards a Global Compact on Education” se ofrecen interesantes indicadores científicos, morales y educativos, con los que, por su parte, se corresponden algunas de las novedosas líneas del currículo de Religión para la Escuela que está elaborando la Conferencia Episcopal Española.

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 10 de octubre de 2021, p. 31

“Religions and Education: Towards a Global Compact on Education”

Un minuto de radio

Ha sido abierta, en la vallisoletana iglesia de San Pablo, la causa de beatificación del padre dominico José Luis Gago del Val (1934-2012), destacada figura en el proceso de constitución y primer desarrollo de la actual COPE, que ha creado, como reconocimiento a la labor realizada por este gran comunicador en la emisora radiofónica, el Premio “José Luis Gago”. Va por la quinta edición.

Era palentino. Y aunque aprendió las primeras letras con los Hermanos de la Salle en su ciudad natal, inició la andadura dominicana, como estudiante, en el monasterio asturiano de Corias, en el que pudo, además, cultivar, gracias a los maestros y a las circunstancias allí existentes, sus sobresalientes dotes musicales.

Hizo la profesión solemne en 1955 y fue ordenado sacerdote en 1958. Hasta entonces anduvo de formando por Palencia, Cantabria y Salamanca; luego, por Roma; finalmente, por Pamplona, obteniendo la licenciatura en Periodismo por la Universidad de Navarra. Era el año 1969. 

Y mientras desempeñaba múltiples oficios y tareas por designación de sus superiores, iba adentrándose en el mundo de la radio por medio de pequeños programas que realizaba en radios locales, para así cumplir, también de ese modo, su vocación de hijo de santo Domingo de Guzmán en la Orden de Predicadores.

Fue el artífice de la fusión de las decenas de emisoras de diócesis y de congregaciones religiosas, que conformaron, unidas, la Cadena de Ondas Populares Españolas (COPE), en la que el padre Gago trabajó denodadamente para que no se diluyese el ideario católico en aras de intereses espurios. Llegó a ser jefe de programas y director general de la Cadena.

De sus comparecencias en la radio recordaremos siempre las breves y enjundiosas reflexiones a la hora del Ángelus. Están recogidas en dos libros que se titulan “Miniaturas” y “Nuevas miniaturas”. «Pequeños recordatorios de que la vida es hermosa en la convivencia respetuosa y cordial; que más allá de los afanes cotidianos, y entre ellos, hay un Dios asomado a los caminos de los hombres», escribió en el prólogo del primero.

Son, en total, quinientos veinticinco pensamientos, de unas diez líneas cada uno, que se leen en menos de un minuto. Durante algún tiempo traté de hacerlo yo también, un día a la semana, en “El espejo”, un programa de la COPE por el que el padre Gago recibió nuevamente, en 1987, el Premio “Ondas”, pues ya se lo habían otorgado en 1968 por el Festival de Villancicos.

Es tarea ardua la de intentar plasmar un pensamiento incisivo en diez líneas, porque se requiere imaginación, oportunidad, síntesis y dicción. Y tener algo que comunicar a los demás, que dé un poco de sentido a sus vidas y cumpla el clásico propósito de instruir deleitosamente («delectare pariterque monere»). Lo mío duró dos años y se volatilizó. Lo de él, en cambio, después de treinta años, resuena aún en los corazones.

Y éste fue el primer conjunto de sentencias que, como un hermoso tapiz, el padre Gago regaló a los radioyentes cuando comenzó a dirigirse a ellos durante la oración del mediodía: «Deja que la palabra salga bruñida y limpia de tu boca. Que tu mente la engendre entretejida de verdad. Que el corazón la aliente con el amor más ancho y brote de tu paladar con el perfil inconfundible de lo auténtico. Que el tono de tu voz sea templado y cálido. Que todo lo que digas sea terso y amable, sin esquirlas o aristas que rocen la piel de tu hermano. Así, toda palabra que salga de tu boca será lejana imagen, -pero imagen, al fin- de la Palabra eterna que se hizo carne nuestra». 

Sírvanle como recordatorio al lector de esta columna periodística, para que, si, a impulsos de un ardor incontenible, ha de decirle algo serio a alguien, no lo haga airado, displicente y aniquilador, sino con la delicadeza y la mesura que encareció aquel que, tras haber sido un profeta en las ondas, va camino ahora de los altares.

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 3 de octubre de 2021, p. 39

El discurso de Carlo Maria Martini en Oviedo

El Cardenal Carlo Maria Martini, Arzobispo de Milán, pronunció, en el Teatro Campoamor de Oviedo, en presencia de los Reyes de España y del Príncipe de Asturias, con motivo de la entrega del Premio «Príncipe de Asturias» de Comunicación y Humanidades 2000, este discurso:

«Estoy profundamente agradecido por la concesión de este premio, que me honra y me estimula en el servicio a la Iglesia y a la sociedad actual.

Sé que se ha tenido en cuenta para esta concesión el compromiso de abrir caminos de diálogo entre creyentes y no creyentes, y entre grupos sociales con dificultades de entendimiento mutuo.

Querría decir que la raíz de este servicio que he intentado llevar a cabo (con la ayuda también de tantos otros, maestros míos, colegas y colaboradores, para los que envío toda mi gratitud) está en los libros de la Biblia, que he tenido la gracia de poder estudiar científicamente durante tantos años, dedicándome en particular a la crítica textual y a la hermenéutica. He podido, de esta forma, experimentar en mí mismo y en muchos otros cómo la Biblia es el libro fundamental de nuestra historia y el libro del futuro de Europa.

De la atención y la continua lectura de las Sagradas Escrituras hebreas y cristianas nacen senderos de profundización espiritual que llevan a las raíces de los grandes problemas humanos y permiten tomar una base común de diálogo con todas las personas de buena voluntad, incluso de otras religiones o no creyentes.

Meditando durante mucho tiempo sobre las Sagradas Escrituras me daba cuenta de que lo que se producía en mí, en la mente y en el corazón (el «corazón que arde» del que hablan los dos discípulos de Emaús en Lc 24,32) se podía encontrar también en la experiencia profunda de otros, particularmente de los jóvenes.

Puedo, así pues, decir que son el estudio de la Biblia y la meditación sobre la Biblia los que me han llevado a la práctica del diálogo.

Hoy un espíritu dialogante es más necesario que nunca. Pero para eso es necesario antes de nada haber profundizado bien la propia identidad. La Biblia, y en particular los evangelios y las cartas de Pablo, son como el espejo que nos revela a nosotros ante nosotros mismos, nos hace entender quiénes somos y qué estamos destinados a ser.

Para dialogar es además necesario cultivar una espiritualidad basada en el silencio, en la escucha. La familiaridad con la Biblia enseña ante todo a escuchar: «escucha, Israel» (Dt 6, 4) y el ruego lo repite a menudo Jesús: «Escuchad» (Mt 4, 3); «Si uno tiene oídos para entender que entienda» (Mt 4, 23). Pero la escucha implica el silencio.

Hoy es necesario que cualquiera que tenga una responsabilidad pública tenga en su jornada momentos de silencio prolongado, tanto más largos cuanto más grandes son sus responsabilidades. El episodio bíblico de Elías en la caverna del monte Horeb nos cuenta que la voz de Dios no se manifestó ni en el viento impetuoso ni en el terremoto ni en el fuego, sino «en un débil murmullo de silencio» (1 R 19, 13). El silencio abre el corazón y la mente a la escucha de lo que es esencial y verdadero.

Por último, para el diálogo es necesario tener sincera simpatía hacia el otro, acercarse a él con confianza, estar dispuesto a aprender de cualquiera que hable con sinceridad y honestidad.

Un diálogo sobre las cosas más importantes de la vida es hoy necesario para la supervivencia y el desarrollo de las culturas, especialmente en Europa, para evitar además que nos relegue a espectadores de aquel «clash of civilizations» [sic] («choque de civilizaciones») que ha sido pronosticado por algún estudioso como consecuencia del final de los grandes bloques ideológicos.

En un mundo que cada vez se va unificando más desde el punto de vista económico y financiero y en el que hoy es posible comunicar en tiempo real desde todos los puntos de la Tierra a cualquier otra parte de ella, es necesario un estilo de diálogo y de escucha que incluya, además, los problemas sociales y económicos, y permita pasar de una globalización de los mercados y de las informaciones a una globalización de la solidaridad, como ha pedido con frecuencia el Papa Juan Pablo II, invitando para el año del Jubileo a «crear una nueva cultura de solidaridad y cooperación internacionales, en la que todos … asuman su responsabilidad para un modelo de economía al servicio de cada persona» (Juan Pablo II, Incarnationis Mysterium, nº 12).

Se trata de interpretar y organizar la economía reconociéndole el valor y los límites, y su subordinación a la ética. «Ello conlleva además la búsqueda de instrumentos jurídicos idóneos para un efectivo gobierno «supranacional» de la economía: a una comunidad económica tiene que corresponder una sociedad civil internacional, capaz de expresar formas de subjetividad económica y política inspiradas en la solidaridad y la búsqueda del bien común en una visión cada vez más amplia, capaz de abarcar el mundo entero» (Juan Pablo II, A los profesores y a los alumnos de la Universidad Comercial «Luigi Bocconi» de Milán, 20 de noviembre de 1999, nº 4).

Así será posible hacer frente, además, a los problemas candentes de hoy: la paz entre las etnias y las religiones, especialmente en Medio Oriente; los derechos humanos y la defensa de la dignidad de la persona en cada país del mundo y en cada momento de la vida; los problemas ambientales y la defensa de la Tierra de la degradación que la está amenazando.

El creyente se guiará por la certeza de que hay, debajo de los caminos humanos, una gracia del Espíritu Santo que conduce la lucha contra todo absurdo y toda injusticia. Quien tiene por lo menos confianza en la vida, aunque no tenga una particular fe religiosa, podrá entonces encontrar compañeros de viaje con los que compartir el ansia por la dignidad de cada hombre y mujer y de cada pueblo de la Tierra.

La gran tradición civil y religiosa de esta tierra de Asturias, en la que la cultura europea reconoce uno de sus núcleos fundadores, nos hace mirar al futuro con una esperanza que por sí misma puede dar impulso frente a las dificultades y a las tinieblas del presente».

Puede verse aquí el vídeo del Cardenal, que lee su discurso, ante los Reyes y otras autoridades presentes en el acto:

https://www.fpa.es/multimedia-es/videos/carlo-maria-martini-premio-principe-de-asturias-de-ciencias-sociales-200068.html

La Biblia, gran código de la humanidad

Benedicto XVI ha definido la Biblia, en la exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini, como “un gran código para las culturas”. Escribe el Papa: “La Sagrada Escritura contiene valores antropológicos y filosóficos que han influido poderosamente en toda la humanidad. Se ha de recobrar plenamente el sentido de la Biblia como un gran código para las culturas” (110). Esta expresión proviene de un  libro de Northrop Frye, The Great Code. The Bible and Literature (New York, 1982), traducido al español con el título El gran código. Una lectura mitológica y literaria de la Biblia (Barcelona, 1988). Frye se inspiró, a su vez, en el poeta y pintor inglés William Blake (1757-1827), quien, en las notas acerca de su grabado de Laocoonte, escribió: “El Antiguo y el Nuevo Testamento son el gran código del arte”.

Northrop Frye

Herman Northrop Frye nació, en 1912, en Sherbrooke, Québec. Descendía de una familia metodista. Estudió en el Victoria College de Toronto y en el Merton College de Oxford, y se preparó en el Emmanuel College para el ministerio de pastor. Fue ordenado al servicio de la Iglesia Unida de Canadá en 1936, aunque se dedicó principalmente a la docencia universitaria. Las clases en el Victoria College fueron el laboratorio en el que se gestaron sus ensayos –más de trescientos- sobre teoría y crítica literarias. Falleció en Toronto en 1991. El libro de David Cayley, Conversación con Northrop Frye(Barcelona 1997), surtirá de interesantes noticias biográficas a quien desee conocer mejor la trayectoria humana, intelectual y religiosa del profesor canadiense.

Unidad de la Biblia

La idea de que la Biblia es un gran código fue desarrollada por Northrop Frye en el libro arriba mencionado y en otro posterior: Words with Power. Being a Second Study of “The Bible and Literature” (San Diego 1990), traducido al español con el título Poderosas palabras. La Biblia y nuestras metáforas (Barcelona 1996). Según Frye, la Biblia ha sido leída como una unidad por confesiones religiosas, pensadores y literatos, que han sabido captar el significado universal de sus relatos, metáforas, imágenes y símbolos. El impacto causado por la Sagrada Escritura en la imaginación creadora ha sido de tal magnitud que puede ser considerada con toda justicia como el gran código no sólo de Occidente sino también de la humanidad. 

Atlas del espíritu

La expresión de Northrop Frye fue incorporada al Mensaje del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios que tuvo lugar en el Vaticano en octubre de 2008: “La Biblia, como se suele decir, es el gran código de la cultura universal” (15). No quedó recogida, en cambio, en las proposiciones elevadas al Papa. Aunque en una de ellas se dice: “La Biblia es un libro destinado a toda la humanidad. Ha inspirado a los artistas de las diversas culturas” (39). A este respecto, recuérdese que Juan Pablo II, en la Carta a los artistas (1999), evocando a Paul Claudel y a Marc Chagall respectivamente, calificó a la Sagrada Escritura de “inmenso vocabulario” y “atlas iconográfico” del que se han nutrido la cultura y el arte cristianos (5). “Lengua materna de Europa”, dijo Johann Wolfgang von Goethe que era el Evangelio.

En efecto, sin la Biblia sería imposible dar razón de las innumerables manifestaciones del espíritu humano, que se ha volcado y expresado en la literatura, la pintura, la escultura, la arquitectura, el urbanismo, el cine, la fotografía y la música, y lo ha hecho desde la Sagrada Escritura. En ella y por ella, el hombre ha reconocido cuanto hay de grande, noble y trascendente en su ser, ha hallado el resorte que lo impele hacia la libertad, ha llegado a apreciar el perdón como un valor, ha aprendido a esperar y a perseverar en la paz, ha descubierto que la relación interpersonal es una potencia creadora y ha caído rendido ante el amor. La Biblia es, por ello, el gran código al que el hombre que se interpela sobre sí mismo ha de recurrir para autointerpretarse, y en el que el cristiano que se pregunta por su misión en el mundo ha de inspirarse para dar curso a la nueva evangelización.

Jorge Juan Fernández Sangrador

Publicado en: Revista «Vida Nueva», 12 al 18 de marzo de 2011, p. 50; y en: Jorge Juan Fernández Sangrador, El hecho religioso diario, PPC Editorial, Boadilla del Monte 2018, páginas 286-288.

Grabado de Laocoonte, de William Blake