Peregrinos pensativos

Dante Alighieri refiere en “Vida nueva”, una pequeña obra en cuarenta y dos capítulos breves, cómo fue el primer encuentro con su adorada Beatriz. Y todo cuanto se dice en este amoroso tratadillo discurre “in itinere”.

Los hechos acontecen yendo de camino los personajes hacia alguna parte, mientras que no parece haber otra interioridad que no sea la del poeta, que derrama, enteramente enamorado, sus ensoñaciones hacia afuera en sublimes versos.

Destacaré, de entre éstos, el soneto “A toda alma cautiva”, que Dante compone tras haber tenido un sueño, en el que ve a un hombre, de pavoroso aspecto, aunque contento, que sostiene entre sus brazos a la amada y le dice a Alighieri: «Vide cor tuum» (Mira tu corazón). Es en el capítulo 3.

A partir de este texto, el irlandés Patrick Cassidy construyó una bellísima pieza musical, que se ha hecho popular gracias a la película “Hannibal”, del director británico Ridley Scott, que nuevamente hizo uso de ella en “El Reino de los Cielos”.

Mas tornando a “Vida nueva”, ya hacia el final de la obra, en el capítulo 40, habiendo fallecido Beatriz, Dante se encuentra con unos peregrinos que se dirigen «a ver la bendita imagen que Jesucristo nos dejó de su hermosísimo rostro». El poeta alude probablemente al Paño de la Verónica, que se custodia en Roma.

«Los cuales peregrinos iban, a lo que me pareció, muy pensativos», prosigue Alighieri. Y les dedica un soneto que comienza así: «¡Oh, peregrinos, que pensando vais!». Aunque, en sentido estricto, comenta él, no es propiamente peregrino «sino quien va hacia la casa de Santiago o vuelve».

Del temperamento reflexivo y taciturno de los peregrinos, escribe Dante en el Canto 23 del “Purgatorio”, en la “Divina Comedia”: «Como los peregrinos pensativos hacen al encontrar por el camino gente desconocida, que se vuelven a mirarla sin pararse, así detrás de nosotros, andando más de prisa, venía, y al adelantarnos nos miraba con asombro, una multitud de almas callada y devota».

Y al observar a los peregrinos que fluyen por las distintas vías que conducen a la tumba del Apóstol en Compostela y avanzan silenciosos, con bastones, soportando el peso de una mochila enorme, presurosos, sin detenerse, inexpresivos, uno se pregunta: ¿en qué van pensando?

¿Tal vez en lo que habrían querido decir a otros y no lo dijeron por falta de coraje? ¿Acaso en aquello que, habiendo dejado pasar la oportunidad de que llegase a ser, ya nunca va a poder ser? ¿O en lo que su imaginación les pinta como un futuro pleno de éxito y de felicidad? ¿Se habrá desatado en su interior el haz en el que se agavillan los sentimientos y las emociones?

Seguro que piensan en las personas a las que aman, con las que habrían deseado compartir la estética experiencia de ver los cendales de niebla reposar sobre el pando; de toparse con una casa de piedra en una aldea o una quintana en la que apetece quedarse a vivir para siempre; de transitar, a través de una fronda de robles y hayas, con líquenes, por una senda que las hojas de todos los otoños anteriores mullen obsequiosas para solaz del caminante; de saberse libre, en la falda de una colina, con sólo el cielo arriba, la tierra abajo y la brisa acariciadora.

En lo más alto del tramo jacobeo de los Hospitales, en Asturias, hay un “cairn”, un túmulo al estilo de los antiguos morcueros, con retratos de los seres queridos, que ya han fallecido, de los viandantes, que los depositaron allí junto a estampas de la Virgen María y plegarias escritas en papelillos guardados entre las piedras.

Los peregrinos fueron erigiendo, de ese modo, en aquella cima, un santuario lítico, vertical, elemental, esencial, edificado por el amor y para la oración. Y en un guijarro, alguien escribió esta frase, al estilo de las del escocés John Muir: «And up the mountain you go, to lose your mind and find your soul» (Y asciendes hasta lo más alto de la montaña para que, acallando tu mente, halles tu alma). Cierto. Así también en el Camino de Santiago. Se emprende con el fin de encontrar a Aquel que mora, como en un templo, en la propia alma. El “Tú” que explica el “yo”.

Y esto sucede durante las horas de marcha silenciosa. Meditando. El vocablo proviene de la misma raíz indoeuropea (-med) que “medicar”. Porque eso es precisamente la meditación: una medicina que lenifica y cura las heridas que las circunstancias vitales y particulares infligen al alma. El bálsamo que el peregrino se auto aplica sin restricción alguna mientras camina pensativo hacia el encuentro con Dios a través de las rutas trazadas por la fe cristiana.

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 22 de agosto de 2021, p. 28

Acuarela del artista Julio Solís

«Vide Cor Meum» es una canción compuesta por Patrick Cassidy, basándose en «Vida Nueva», de Dante, concretamente en el soneto «A ciascun’alma presa», en el capítulo 3 de «Vida Nueva». Fue producida por Patrick Cassidy y Hans Zimmer, e interpretada por Libera / Lyndhurst Orchestrathe y dirigida por Gavin Greenaway. Los cantantes son Danielle de Niese y Bruno Lazzaretti, dando voz a Beatriz y a Dante respectivamente. La canción se escuchó por primera vez en la película «Hannibal», cuando el Dr. Hannibal Lecter y el Inspector Pazzi asisten a una opera al aire libre en Florencia. Fue compuesta especialmente para la película.

La fe olímpica

La archidiócesis de Tokio determinó que, durante la celebración de la última Olimpiada, la participación en las misas fuera, a causa del aumento de los contagios por COVID-19, a través de internet. Tomar esta decisión no resultó fácil, porque la gran demanda de servicios religiosos, tanto por parte de los deportistas como de sus acompañantes y de los asistentes, es algo que la organización olímpica debe tener en cuenta siempre, sea cual fuere la ideología predominante en el país anfitrión.

Y así, en Pekín, en 2008, ante el temor de que el ejercicio del derecho a la práctica de la religión fuese obstaculizado por el gobierno chino, éste tuvo que comprometerse, ya desde los inicios de las negociaciones, a que nada ni nadie lo impidiese o dificultase y a que estuviese asegurada su práctica en todo momento, con la misma disponibilidad y eficiencia que en los juegos anteriores.

Por lo general, son ciento sesenta personas aproximadamente, de diversas confesiones, las que se encargan de que no les falte la atención espiritual a quienes la soliciten. Aunque hay delegaciones que prefieren llevar su propio sacerdote, como es el caso de la italiana. Los rusos, en cambio, celebraron, en esta ocasión, antes de volar a Tokio, un acto religioso en la catedral ortodoxa de Cristo Salvador, en Moscú.

Al brasileño Italo Ferreira (27 años), medalla de oro en surf, no le supuso un problema el hecho de no poder contar con asistencia religiosa inmediata, ya que, a las tres de la madrugada, cuando reinaba el más absoluto silencio, rezaba en la habitación. En su cuenta de Instagram colgó una foto en la que, tras la victoria, señalaba hacia el cielo con un dedo indicando de dónde le había venido la fuerza que lo sostuvo sobre las olas y como un gesto de gratitud a Dios.

También la jamaicana Elaine Thompson-Herah (29 años), con tres medallas de oro en atletismo, es alma de oración. Ante la posibilidad de que, debido a un problema en el talón de Aquiles, tuviese que renunciar a ir a Tokio, abordó así la situación: «Hablé con Dios y le dije lo que pasaba, que me echara una mano». Y fue a Japón. «Mi misión como mujer y atleta que tiene fe en Dios es honrar siempre al Señor, escuchando su Palabra, que salva, y cumpliendo su voluntad», declaró.

El estadounidense Caeleb Dressel (24 años), quien regresó a su casa llevando cinco medallas de oro en natación, se confiesa cristiano y no se corta un pelo a la hora de confesar, en donde quiera que se encuentre, que «mi felicidad está en Dios». Suele llevar, en las competiciones, pintado sobre el cuerpo, con tinta soluble, un motivo tomado de la Biblia. En Tokio fue un águila. Se inspiró, al elegir la imagen, en este pasaje del profeta Isaías: «Los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan» (40,31).

De igual modo, la estadounidense Sidney McLaughlin (22 años), ganadora de dos medallas de oro en carrera con vallas, considera que el tener a Cristo vale más que cualquier otra ganancia y que poner el corazón en lo que realmente importa es lo que da estabilidad a las personas: «No corro para que se me reconozca a mí. La diferencia la establece la fe. Los records van y vienen. Pero lo que permanece es el amor de Dios».

Es lo que opina también la velocista costamarfileña Marie-Josée Ta Lou (32 años), que quedó cuarta y quinta en los cien y doscientos metros respectivamente: «Corro por mi gente y por las chicas africanas. Corro como si fuera una oración de glorificación al amor de Dios». 

Y no son éstos los únicos deportistas que piensan así. Hay más como ellos: jóvenes, audaces, estupendos y que aspiran a que se cumpla, tanto en su actividad como en su vida, aquello que se lee en la Biblia: «He acabado la carrera, he conservado la fe» (2 Timoteo 4,7).

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 15 de agosto de 2021, p. 28

Vanhoye

Fue, durante décadas, una figura destacadísima de la exégesis del Nuevo Testamento. El padre Albert Vanhoye, jesuita, era una autoridad indiscutida en el análisis e interpretación de los Evangelios, las cartas de san Pablo y otros escritos apostólicos de la Biblia.

En el momento de entregar su alma a Dios, el pasado 29 de julio, en la residencia “San Pedro Canisio”, aneja a la Curia general de la Compañía de Jesús, en Roma, el padre Vanhoye era, con 98 años, el cardenal más anciano de la Iglesia. Benedicto XVI lo había agregado al Sacro Colegio en 2006 y asignado la iglesia titular de Santa Maria della Mercede e Sant’Adriano a Villa Albani, en la Ciudad Eterna.

El Papa lo conocía bien. Habían trabajado juntos, cuando Ratzinger era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y Vanhoye secretario de la Pontificia Comisión Bíblica, en la redacción de dos importantes documentos: “La interpretación de la Biblia en la Iglesia” y “El pueblo judío y sus Escrituras sagradas en la Biblia cristiana”. Asesoró, además, como consultor, con su saber, a diversos organismos de la Curia romana.

Vanhoye fue, antes de ser cardenal, rector del Pontificio Instituto Bíblico, al igual que dos egregios antecesores suyos, también purpurados: Augustin Bea y Carlo Maria Martini. Los tres sirvieron a la Palabra de Dios con una cualificación tan alta, que era imposible que su inteligencia y cultura pasaran inadvertidas a los ojos de los papas, de la Iglesia y de la sociedad en general. A uno de ellos, Martini, le fue otorgado, junto a Umberto Eco, el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en el año 2000.

El Código de Derecho Canónico establece que quienes sean promovidos a cardenales, si no son obispos, «deber recibir la consagración episcopal». Vanhoye, que era sumamente modesto, solicitó del Papa que lo dispensase del cumplimiento de esa disposición y que pudiese seguir siendo sólo sacerdote. Y así fue. Todo el mundo se dirigía a él con el título que le era más querido: “padre Vanhoye”.

Nació en Hazebrouck, en la frontera entre Francia y Bélgica. Cuando tenía 18 años, en 1941, atravesó Francia a pie, de norte a sur, sorteando al ejército alemán, para llegar al noviciado jesuita de Le Vignau, en Las Landas. Obtuvo la Licenciatura en Letras por La Sorbona, la Licenciatura en Filosofía por el Escolasticado jesuita de Vals y la Licenciatura en Teología por el de Enghien, en donde fue ordenado sacerdote en 1954.

Con la Licenciatura y el Doctorado en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma, y tras un tiempo de docencia de griego clásico en Izeure y de exégesis del Nuevo Testamento en Chantilly, Vanhoye devino profesor del “Biblicum” de Roma, en el que, desde 1963 hasta 1993, ejerció la meritoria labor investigadora y docente que lo acreditó como uno de los mejores biblistas de nuestro tiempo.

Su tesis doctoral, realizada bajo la dirección del padre Stanislas Lyonnet y defendida en 1961, siendo relator el padre Maximilian Zerwick, versó sobre la estructura literaria de la Carta a los Hebreos, de la que Vanhoye llegó a ser máximo especialista, aunque conocía también muy a fondo los Evangelios sinópticos, la teología de san Pablo y la estructura literaria de los libros del Nuevo Testamento. Dominaba magistralmente el griego clásico y esto le facilitaba la enjundiosa comprensión de los pasajes más intrincados de la Biblia.

Era claro, conciso, profundo, riguroso, metódico y humilde. Fue autor de varios libros y escribió numerosos artículos, tan de buen y fino estilo filológico, que serán tenidos en cuenta siempre. Dirigió veintiocho tesis doctorales e infinidad de tesinas y trabajos escritos por los alumnos que asistieron a los seminarios que ofreció sistemáticamente en cada curso académico durante décadas. Fue segundo relator de quince tesis doctorales.

Y cuando se trata de las tesis doctorales realizadas en el Pontificio Instituto Bíblico, se está hablando de unos trabajos de investigación elaborados a conciencia, con ocho o diez horas diarias de biblioteca, dominio pleno de las lenguas hebrea y griega, y no menos de cuatro años de dedicación absoluta a la tarea, después de haber superado la prueba en la que, tras dos o tres años de preparación exhaustiva, hay que demostrar, ante un tribunal, que se ha leído, y que se está en condiciones de dar razón de ella, toda la bibliografía básica que existe, en distintos idiomas, sobre el tema acerca del cual se va a hacer la tesis doctoral. Es la llamada «lectio coram».

En enero de 2008, Vanhoye predicó los Ejercicios espirituales en la tanda que la Conferencia Episcopal Española ofreció, como suele hacer a principios de cada año civil, a los obispos que la componen. Al mes siguiente, en febrero, a la Curia romana, en presencia de Benedicto XVI.

En la Misa exequial, que tuvo lugar en el altar de la Cátedra, en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, el cardenal argentino Leonardo Sandri, vicedecano del Sacro Colegio, que presidió la celebración eucarística, dijo del padre Vanhoye: «Si físicamente su vida estuvo marcada por el estudio y la enseñanza, a costa de muchas horas de dedicación y de profundización, su itinerario interior fue de un ahondamiento cada vez mayor, alimentado por el fuego del amor a la Palabra».

Y añadió: «Él nunca la trató como si fuese un texto árido que hubiese que diseccionar y desarmar, sino que fue capaz de extraer siempre, de las estructuras y la composición de los pasajes, la referencia a Aquel que habló en los tiempos antiguos de muchas maneras y que, últimamente, lo ha hecho por medio de su Hijo, como se dice en el comienzo de la Carta a los Hebreos».

Así era el padre Vanhoye. En eso consistía el núcleo de su actividad exegética. Mientras que, en su lema cardenalicio, quiso dejar patente cuál era la raíz que sustentaba su ser cristiano, sacerdotal y jesuítico: «Cordi tuo unitus». Unido siempre al corazón de Cristo.

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 8 de agosto de 2021, p. 29

La Balmes

La Federación de Gremios de Editores de España (FGEE) ha concedido el Premio “Boixareu Ginesta” a la Librería Balmes de Barcelona, abierta ininterrumpidamente desde 1920, hace 100 años, en el mismo local, en la planta baja de un edificio modernista sito en el número 11 de la calle Duran y Bas, en el barrio gótico de la Ciudad Condal.

La FGEE le ha otorgado este galardón, con el que distingue, desde 1995, a los libreros y librerías que fomentan la cultura literaria y contribuyen a la consolidación de la cadena del libro en sus ámbitos de actuación, porque «sus cien años de existencia demuestran tanto la perseverancia como la adaptación a nuevas épocas y técnicas para ser un referente en su ciudad».

Los orígenes de la Balmes se remontan al año 1913, en el que el sacerdote Eudald Serra i Buixó, fundador de la entidad Fomento de Piedad Catalana, creó, en consonancia con su proyecto de atender y cultivar la religiosidad popular, una biblioteca y, en 1916, una librería, en la que se vendían y desde la que se divulgaban devocionarios y cantorales religiosos.

En 1923, el padre Ignasi Casanovas, jesuita, abrió la Biblioteca Balmes, como una sección cultural más de la obra Fomento de Piedad Catalana. Vino después la Editorial Balmes, con el propósito de publicar aquellos libros de piedad, liturgia y espiritualidad, que la Librería Balmes habría de hacer llegar al público en general, no solo en Barcelona, sino también en el resto de España y en América.

Recuérdese que la Biblioteca Balmes, con más de cincuenta mil volúmenes, está especializada en Historia eclesiástica de Cataluña, en la obra filosófica de Jaume Balmes y en la del obispo Josep Torras i Bages, cuya proclama «Cataluña será cristiana o no será» ha sido, durante décadas, sostenida con denuedo por el catolicismo catalán y figura, inscrita en grandes caracteres, en un relieve escultórico de la Fachada nueva de la Abadía de Montserrat.

La Librería Balmes fue adquirida hace veinte años por una Fundación erigida para promover el estudio de la Filosofía, Teología, Historia y Ciencias Humanas, bajo la guía de los principios cristianos: la Fundación Ramón Orlandis i Despuig. El nombre le viene del padre Orlandis i Despuig, jesuita, iniciador de la asociación de fieles “Schola Cordis Iesu”, inspirador de la revista “Cristiandad” y uno de los pilares de la llamada “Escuela tomista de Barcelona”.

Y es que, cuando existe un proyecto de gran envergadura intelectual y espiritual sustentándola y dinamizándola, una librería religiosa pervive cien años y todos los que sea menester, para que, siendo fiel a sí misma y al fin para el que fue creada, no se dejen de expandir, desde ella, ideas, literatura, arte, liturgia, ensayos, piedad o catecismos, en plena identificación con la doctrina católica.

A esa perduración en el tiempo contribuirá también, con su buen hacer, el librero, del que se espera que sea interlocutor paciente y afable, que esté familiarizado con los títulos, sepa de qué van los libros que hay en las estanterías porque ha hojeado los índices, el prólogo y la conclusión; distinga las materias, haya indagado quiénes son los autores y su grado de adhesión o no al Magisterio de la Iglesia.

Un librero que entienda de Biblia, Patrística, Filosofía, Teología e Historia; conozca las inquietudes intelectuales de cada cliente habitual, para proponerle razonadamente la obra que, si acierta a presentársela de modo conveniente, acabará comprando. Un librero, en fin, que sea consciente de su alta responsabilidad como servidor de la verdad, dispensador de cultura, mediador de conciencias en búsqueda y misionero de la fe cristiana.

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 1 de agosto de 2021, p. 21

Camino (interior) de Santiago

Hace un año que diez reclusos del Centro Penitenciario Brians-2, en la diócesis de San Feliú de Llobregat, se propusieron hacer el Camino de Santiago. Cuando se lo dijeron al capellán, éste les advirtió que las autoridades no les concederían el permiso para salir de la cárcel. A lo que ellos replicaron que eso ni siquiera se les había pasado por la mente. Sería dentro de la prisión.

Hicieron cálculos y llegaron a la conclusión de que los mil trescientos kilómetros que hay entre Brians-2 y Compostela equivalían a cuatro mil doscientas vueltas al patio. La peregrinación, por dentro, comenzó el 25 de julio de 2020 con una celebración de la Liturgia de la Palabra en la sala-biblioteca del módulo y la bendición sobre los peregrinos. Y así, en procesión, de modo solemne, precedidos por el capellán, dieron la primera vuelta al patio.

Perseveraron solo tres, que terminaron su andadura en abril de este año. Los que no prosiguieron hasta el final fue porque o se cansaron, o los trasladaron, o recuperaron la libertad. Y a los que se mantuvieron en el propósito inicial y cumplieron el periplo interno jacobeo en su totalidad recibieron las respectivas “compostelas”, con las que quedaba acreditado que su Camino, por el patio, fue también, en efecto, de Santiago.

En Asturias, por otra parte, un grupo de estudiantes universitarios realizaron tres etapas del Camino de Santiago sin plantearse el traspasar los límites del Principado ni llegar a la tumba del Apóstol en Compostela.Se conformaron, como Moisés en el monte Nebo, con «ver» desde lejos, sin pisarla, la tierra de destino, contemplándola con los ojos del alma. Solamente. Y en silencio. Pues aspiraban a reproducir dentro de sí la misma experiencia del pueblo de Israel, cuando salió de Egipto y caminó tres días por el desierto para ofrecer un sacrificio (Éxodo 3,18).

En la tranquila y luminosa iglesia de Santa María de Valsera, en El Escamplero, los universitarios iniciaron el Camino tras haber meditado los pasajes bíblicos de la zarza ardiente, la vocación de Moisés, la revelación del Nombre de Dios, la cena pascual, el paso del mar Rojo, el maná y el agua que brotó de la roca hendida por el bastón de Moisés.

Y finalizaron su peregrinación, después de haber hecho tres etapas del Camino primitivo, con la celebración de la Eucaristía en una elevación de la Campa la Braña, en la ruta de los Hospitales, la que discurre a través de los concejos asturianos de Tineo y Allande. El altar fue un bloque de piedra, rectangular, orientado al Este, como en las iglesias de la Antigüedad.

Y así como el paleontólogo jesuita Pierre Teilhard de Chardin ofreció, en Mongolia, internamente, la «Misa sobre el mundo», sobre el megalítico altar en el tramo jacobeo de los Hospitales fueron presentados a Dios, además de los dones eucarísticos, también los gozos y los afanes de cuantas personas habitan la amada extensión de Asturias. En aquella famosa «Misa» del padre Teilhard, las palabras de oblación cósmica fueron éstas: «Te ofreceré, yo que soy tu sacerdote, sobre el altar de la tierra entera, el trabajo y la pena del mundo».

De modo que el itinerario de tres días por el Camino de Santiago culminó, en una altura, con el encuentro sacramental con Cristo, meta de toda peregrinación. Allí “estaba solo Jesús”, como en el monte de la Transfiguración a la vista de Pedro, Santiago y Juan (Mateo 17,8). Y aunque los jóvenes universitarios no concluyeron su marcha en Compostela, ni se postraron, por tanto, ante la tumba del Apóstol, no se cansan de decir que tuvieron, en el monte de los Hospitales, una inolvidable experiencia de real y gloriosa presencia de Jesús, al igual que la tuvo Santiago el Mayor en el de la Transfiguración.

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 25 de julio de 2021, p. 28

Internos con el capellán en el comienzo del Camino de Santiago alrededor del patio de la cárcel

Nomos y concordia

Laurent Monsengwo Pasinya llevaba apenas un año como obispo auxiliar de Kisangani, en la por entonces República del Zaire y hoy República Democrática del Congo, cuando pronunció, ante los alumnos del Pontificio Instituto Bíblico de Roma, una conferencia sobre “Exégesis bíblica y cuestiones africanas”. Fue en marzo de 1982.

Había recibido la ordenación episcopal, para servicio, como auxiliar, de la diócesis de Inongo, de manos de Juan Pablo II, durante el viaje que éste realizó al Zaire en mayo de 1980, aunque, cuando no había transcurrido todavía un año desde la ordenación, fue trasladado a la de Kisangani.

Su tesis doctoral, defendida, en 1971, en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma, versó sobre la noción de “nomos” en el Pentateuco griego. Fue el primer africano que obtuvo el título de doctor en Sagrada Escritura por esa institución, creada por Pío X para la investigación y para formar profesores de Biblia y tal vez la más prestigiosa en esa área de las ciencias, junto a la Escuela Bíblica y Arqueológica Francesa de Jerusalén, en la Iglesia católica.

El director de tesis fue el padre Ignace de la Potterie, un jesuita belga que se entregó apasionadamente, durante años, con sus extraordinarias dotes intelectuales, a tratar de comprender el concepto “Verdad” en el Evangelio según san Juan. Y en el tribunal que enjuició la tesis doctoral de Monsengwo Pasinya estuvo también el padre Maximilian Zerwick, jesuita y finísimo conocedor del griego de la Biblia.

Aquel joven doctor en Sagrada Escritura, invitado años después por el Instituto Bíblico para que hablase ante los alumnos, ya como obispo, sobre exégesis bíblica y la realidad de África, no imaginaba que, en 1991, siendo arzobispo de Kisangani, recibiría la autorización de la Santa Sede para ser presidente de la Conferencia Nacional  Soberana, en la que participaron los diferentes partidos políticos del país con el fin de establecer un normal funcionamiento democrático tras los casi treinta años de gobierno de Mobutu.

Entre 1992 y 1996, Laurent Monsengwo Pasinya presidió el Parlamento que hubo de gestionar el delicado proceso de transición del sistema anterior al nuevo. Y esa “auctoritas”, que toda la nación supo apreciar en él, puede que proviniera de la propia estirpe, pues su nombre, Monsengwo, indica que sus ascendientes pertenecían a una de las familias reales de Basakata. Fue también vicepresidente y copresidente de “Pax Christi”, un movimiento católico por la paz, en el que trabajó denodadamente para que ésta fuese una realidad en los territorios de los Grandes Lagos africanos.

Benedicto XVI lo nombró arzobispo de Kinsasa, lo designó para que fuese secretario especial de la Asamblea General del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios y presidente delegado del de la Nueva evangelización, lo hizo cardenal y le pidió que dirigiese los ejercicios espirituales de la Curia romana, en los que enriqueció las meditaciones con ilustrativos relatos de las vivísimas tradiciones culturales africanas. Y el papa Francisco quiso que formase parte de su Consejo de cardenales, el llamado “G8 Vaticano”, para la revisión de la Constitución apostólica “Pastor bonus” y la reforma de la Curia. Falleció el pasado 11 de julio. Tenía 81 años.

Había en Laurent Monsengwo Pasinya algo que lo asemejaba a Moisés, cuya figura conocía muy bien gracias a los trabajos exegéticos que desarrolló en sus años de doctorado y que no descuidó durante los de su episcopado. También él había conducido a un pueblo, como Moisés al de Israel, hacia la libertad y la reconciliación, y era lúcidamente consciente de que toda tierra prometida es eso: una promesa que está siempre a punto de cumplirse.

Sin embargo, al igual que le sucedió a Moisés, que, después de haber caminado hasta casi la extenuación, atravesando un desierto, para llegar a ella, tuvo que resignarse con contemplarla amorosamente desde la cima del monte Nebo, así también al cardenal Monsengwo Pasinya, pues, en lo que se refiere a la realización de sus deseos de paz, progreso y justicia para su país y otros del entorno, en pro de lo cual trabajó durante toda su vida, no pudo verlos cumplidos en su totalidad.

Ha dejado, no obstante, trazada una senda por la que las generaciones venideras podrán aproximarse aún más a las lindes de la ansiada tierra de promisión. Cuentan, además, para ello, con el valioso magisterio del que fue pastor de la nación, cuyos discursos sobre los principios por los que debe regirse la acción política habrán de ser recopilados y transmitidas por sus biógrafos y por los historiadores de aquel período de la vida pública de la República Democrática del Congo, y se sintetizan en estos dos conceptos: nomos (ley y educación) y concordia (unión de los corazones).

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 18 de julio de 2021, pp. 24-25

Post scriptum:

En sus años jóvenes fue alumno, en Bélgica, del gran organista y maestro en la improvisación Flor Peeters (1903-1986), quien compuso para Laurent el fragmento Prière pour une paix op 139 (en Deux petites pièces pour orgue, publicado por ediciones Pro Organo en 1986). De ahí le vino al recientemente fallecido cardenal una gran afición hacia la música culta europea del siglo XX y sus trabajos de composición para órgano al estilo francés. Así, por ejemplo, Trois pièces pour orgue (Offrande a Marie – Lamentation d’un otage– Toccata sobre el “Wachet auf”) (Sergio Militello)

Dante en Armenia

“The Island of Christianity: Armenia & Artsakh” es el título del disco que Montserrat Caballé grabó en el contexto del viaje que realizó a Armenia en 2013 y que, tras la primera edición, hace años, sale ahora de nuevo al mercado con algunas ampliaciones y mejoras técnicas.

«Armenia está lejos de mí, pero muy cerca de mi corazón. Siendo cristiana devota, me enamoré de Artsaj y de Armenia», confesó Montserrat, quien conoció, durante su peregrinación, los lugares y los santuarios más emblemáticos del cristianismo en aquel país.

En el sitio “www.caballearmenia.com” se hallan hermosas imágenes y útiles informaciones acerca de las iglesias, la historia y el folklore de Armenia, a las que acompaña la fabulosa voz de la soprano, que interpreta dos canciones del sacerdote Komitas (1869-1935): “Krunk” y “Chinar es”.

Komitas, un genio de la música, fue arrestado en abril de 1915 y sometido a las atrocidades perpetradas por el Gobierno de los Jóvenes Turcos contra los armenios entre 1915 y 1923. 

Aunque logró librarse de la muerte gracias a la intercesión en su favor de influyentes personalidades, Komitas nunca superó el trauma que le provocaron las torturas que le fueron infligidas y el haber visto las que sufrieron sus compañeros. Murió en un hospital de París sin recuperarse del trastorno mental que padeció durante casi veinte años.

Y veinte años se cumplen ahora desde que Riccardo Muti viajó a Armenia para celebrar la conversión, en el año 301, de este país al cristianismo. En aquella ocasión iba acompañado por la Orquesta de La Scala de Milán, a la que dirigió en el concierto que tuvo lugar en Ereván.

Mientras que el pasado 4 de julio, y en la misma ciudad, lo hizo con la “giovanile” Orquesta “Luigi Cherubini” y con el pensamiento fijado en el monte Ararat, sobre el que se posó el arca de Noé al finalizar el diluvio universal y en donde la humanidad, purificada por las aguas, inició la andadura que la ha conducido hasta el presente y que, aun después de la actual pandemia, continúa mirando hacia el futuro con bíblica esperanza.

Entre las piezas seleccionadas para el concierto del domingo pasado, en Ereván, figuraba la composición para orquesta, coro y barítono, del armenio, nacido en Beirut, Tigran Mansurian, quien se inspiró, para escribirla, en los Cantos I y XI del “Purgatorio”, en la “Divina Comedia” de Dante Alighieri.

El primero comienza con estos versos: «La navecilla de mi ingenio ahora iza las velas en mejores aguas y deja atrás el mar más despiadado. Cantaré del segundo reino, donde logra su purgación el alma humana y se hace digna de subir al cielo».

Y el otro: «Oh, Padre nuestro que estás en los cielos, no circunscrito a ellos, donde obraste con más amor tu creación primera, tu nombre y tu valor sean alabados por toda criatura, como es justo dar gracias por tus dulces efusiones».

Por lo que ha declarado ante los medios de comunicación social, Mansurian está familiarizado con la obra de Alighieri: «Sobre mi escritorio hay siempre una traducción al armenio de la “Comedia”». Imagino que, como lector y compositor, se habrá detenido más de una vez en el Canto II del “Purgatorio”.

En él, Dante pide al músico Casella que entone el «amoroso canto»: «Si aquí no hay ley que te quite la memoria de aquel canto amoroso que apaciguaba todos mis afanes, te ruego que por medio de tu canto des consuelo a mi alma fatigada y afanosa que arrastra aquí su cuerpo. Y se puso a cantar tan dulcemente que en mi pecho aún resuena su dulzura: ‘Amor, que razonando va en mi mente’».

Así que verdad es lo que decía san Agustín: «Cantare amantis est». Cantar es cosa del amor. Es un acto propio de la persona que ama. Y para unir a los pueblos, sembrar amistad entre las naciones y roturar el campo en el que ha de germinar y florecer la paz, ninguno mejor que, musicándolo, el “Altísimo Canto” de Dante, el de la Divina Comedia, el del Amor, el que sigue siendo veta de inspiración, al igual que para los de ayer, también para los artistas de hoy.

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 11 de julio de 2021, p. 25

Muti dirige el concierto de homenaje a Dante en el séptimo centenario de la muerte del Sumo Poeta, con obras del Verdi, el armenio Mansurian y Liszt.

Iter Europaeum

Han transcurrido 50 años desde que Igino Eugenio Cardinale, Nuncio apostólico y Jefe de la Misión de la Santa Sede en Bruselas, entregase las Cartas credenciales a Franco Maria Malfatti, Presidente de las Comunidades Europeas. Era el 10 de noviembre de 1970.

Fue así como dieron comienzo oficialmente las relaciones diplomáticas entre la Unión de países europeos y la Santa Sede. A partir de entonces, la colaboración entre ésta y los veintisiete Estados que componen aquella ha sido cada vez más intensa.

Para conmemorar el cincuentenario de la ocasión, la Unión Europea y las embajadas de sus Estados miembros acreditados ante el Vaticano han organizado un recorrido por veinticinco iglesias de Roma asociadas a dichos Estados, al que se ha dado el nombre de “Iter Europaeum”.

Las visitas a los templos, que han tenido lugar en los domingos comprendidos entre el 9 de mayo y el 27 de junio, fueron inauguradas por Angelo de Donatis, Cardenal Vicario de Su Santidad para Roma, y Egils Levits, Presidente de Letonia, en la Archibasílica de San Juan de Letrán con la celebración de una Misa.

Y fueron clausuradas en el Campo Santo Teutónico, en el Vaticano, por el Arzobispo Paul Richard Gallagher, Secretario para las Relaciones con los Estados, quien evocó, en la homilía de la Misa conclusiva, unas palabras pronunciadas por el Papa, el 25 de noviembre de 2014, ante el Parlamento Europeo:

«Ha llegado el momento de abandonar la idea de una Europa atemorizada y replegada sobre sí misma, para suscitar y promover una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también de fe. La Europa que contempla el cielo y persigue ideales; la Europa que mira y defiende y tutela al hombre; la Europa que camina sobre la tierra segura y firme, precioso punto de referencia para toda la humanidad».

Aunque, en la Ciudad Eterna, existen varias iglesias vinculadas a España, siendo las principales la Nacional de Santiago y Montserrat, la de Santa María la Mayor, la de la Santísima Trinidad de los Españoles y la de San Pedro “in Montorio”, fue ésta la elegida para ser inscrita en el peregrinaje “Iter Europaeum”. Los Reyes Católicos mostraron gran interés en reconstruirla, dada la importancia que el lugar tiene en la tradición cristiana, pues, según se dice, allí crucificaron al Apóstol san Pedro.

Recuérdese, además, que los lazos diplomáticos entre España y la Santa Sede vienen precisamente de los tiempos de Isabel y Fernando, como ha declarado, en una entrevista reciente, María del Carmen de la Peña Corcuera, Embajadora de nuestro país ante el Vaticano:

«La relación específica de España con la Santa Sede es histórica y de las más antiguas y profundas en el tiempo. Se remonta a los Reyes Católicos, en el siglo XV. Por otro lado, la contribución religiosa de España ha sido decisiva para la Iglesia a lo largo de todos estos siglos, desde la contribución doctrinal de nuestros cuatro doctores de la Iglesia (san Isidoro de Sevilla, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús y san Juan de Ávila) al origen español de diversas e importantes órdenes e instituciones religiosas».

Y en cuanto a la mutua colaboración, De la Peña Corcuera ha señalado, como asuntos de común interés para la Unión Europea y la Santa Sede, los de la defensa de la dignidad de la persona, el desarrollo de las libertades y de los derechos sociales, el cese de la violencia y de las guerras y la implantación de la paz, la erradicación de la pobreza y la lucha contra el tráfico ilegal de personas, entre otros.

De modo que, con la participación de todos, la de la Iglesia y la de los veintisiete Estados miembros de la Unión, Europa podrá llegar a ser realmente aquella con la que sueña el Papa Francisco, en los términos que él mismo le manifestó, en su carta del 22 de octubre de 2020, al Cardenal Pietro Parolin: una Europa que sea amiga de la persona y de las personas; una Europa que sea una familia y una comunidad; una Europa que sea solidaria y generosa.

Y una Europa «sanamente laica, donde Dios y el César sean distintos, pero no contrapuestos. Una tierra abierta a la trascendencia, donde el que es creyente sea libre de profesar públicamente la fe y de proponer el propio punto de vista en la sociedad».

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 4 de julio de 2021, pp. 24-25

Schuman

La abadía cisterciense de Nuestra Señora de las Nieves, en Ardèche, diócesis de Viviers, en Francia, fue levantada a mediados del siglo XIX por monjes procedentes de la de Nuestra Señora de Aiguebelle, en la diócesis de Valence.

El cenobio, cuya fundación fue acordada el 5 de agosto de 1850, fiesta de la Virgen de las Nieves, y de ahí su nombre, acogió entre sus silenciosos muros a tres personalidades de la historia literaria, religiosa y política de Europa.

El primero fue Robert Louis Stevenson (1850-1894), autor de “La isla del tesoro” y “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”, que se alojó en el monasterio en septiembre de 1878. De la conversación que mantuvo durante la cena con otros huéspedes dio cuenta en su libro “Viajes con una burra por los montes de Cévennes”.

El segundo fue el beato Charles de Foucauld (1858-1916), que será canonizado en fecha próxima. Ingresó en la abadía, para ser monje, el 16 de enero de 1890, aunque solo residió allí unos meses, porque enseguida se trasladó a la trapa de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, en Cheikhlé, cerca de Akbés, en Siria. Su nombre de religión era Marie-Albéric.

Foucauld regresó, el 10 de junio de 1901, a Nuestra Señora de las Nieves, tras recibir la ordenación sacerdotal en Viviers, para celebrar su primera Misa en el monasterio. Aún se guardan en él algunos objetos personales suyos: un paraguas, un catalejo, un bolso, un alfiler de corbata, un medallón con cabello de su madre, una casulla, un cáliz y algunos dibujos.

El tercero fue Robert Schuman (1886-1963), del que el Papa aprobó, hace unos días, sus virtudes heroicas, como requisito previo para la posible beatificación en el futuro, si es que llega a producirse la realización del preceptivo milagro.

Schuman fue apresado en Metz, a causa de su actividad política, por la Gestapo en 1941 y conducido al Kurhaus Kohler de Neustadt an der Weinstrasse, en donde estuvo detenido y de donde escapó en cuanto se le presentó la ocasión.

Y fugitivo, habiéndose adentrado en la espesura de los bosques de Cévennes, logró llegar al monasterio de Nuestra Señora de las Nieves, en el que fue acogido por los monjes. Durante el tiempo que estuvo entre ellos, aprovechó para aprender inglés leyendo a Shakespeare.

En aquel recinto de vida benedictina se forjaron y maduraron sus pensamientos acerca de la Europa que había que levantar cuando acabase la guerra. Una Europa en la que no cupiese la posibilidad de que se diese una situación como la que por entonces padecían todas las naciones que la componían.

Una Europa unida, próspera y libre. La Europa que tiene por celestial protector a san Benito. Y ningún lugar podía ser más adecuado, para iniciar la andadura que habría de llevar a Robert Schuman a ser “Padre de Europa”, que una casa de san Benito, “celeste Patrono de Europa”.

Tal vez durante las horas de meditación silenciosa y orante en la abadía fue cuando Robert Schuman concibió los puntos seminales de su famoso discurso, en el que, siendo, años más tarde, ministro de Asuntos exteriores de Francia, propuso la creación de una Comunidad Europea del Carbón y del Acero. Esta sería la primera de una serie de instituciones supranacionales que se convertirían después en lo que hoy es la Unión Europea.

Schuman era de la idea de que Europa se iría haciendo, no de una vez ni en conjunto, sino gracias a realizaciones concretas, alentadas por la solidaridad de un continente entero, dirigidas hacia el restablecimiento de la paz y la justicia, impulsadas por la pasión que requiere la construcción de toda obra grande, regidas por principios morales antes que por un economicismo desaforado y animadas por el espíritu de fraternidad que se funda en la noción cristiana de la libertad y de la dignidad de la persona.

Y junto a las de Robert Schuman, el Papa reconoció, en el mismo día, las virtudes heroicas de una asturiana, María Aurora Iglesias Fidalgo (1899-1982), natural de El Barradiellu, en Colunga. Perteneció a la Congregación de Religiosas de María Inmaculada, en la que adoptó el nombre de María Stella de Jesús, y con su entrega humilde, amorosa y total, también ella, al igual que el católico Schuman, contribuyó, a su modo, a la construcción de la Europa de las verdaderas libertades, de la defensa de la vida en todas las etapas de la existencia y del respeto a la dignidad de la persona, en su singularidad y en sus inalienables derechos prepolíticos, creada a imagen y semejanza de Dios.

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 27 de junio de 2021, p. 28

Abbaye Notre Dame des Neiges (Saint Laurent Les Bains – Ardèche)

Arquitectura y Teología

No cabe decir que, con el fallecimiento, a los 101 años de existencia terrena, de Gottfried Böhm, se extinga una célebre saga de arquitectos alemanes, ya que sus hijos Paul, Stephan y Peter prosiguen, en el mismo taller, el oficio de su padre. Markus, el cuarto, en cambio, se dedica a las artes pictóricas. 

Un documental, realizado por Maurizius Staerkle-Drux, muestra el tejido y las obras de la familia Böhm a partir de la presentación de distintas historias, entrelazadas y protagonizadas por Elisabeth Haggenmüller, esposa de Gottfried y muy conocida también por sus trabajos arquitectónicos, y los hijos del matrimonio.

Se titula “Die Böhms. Architektur einer Familie” (Los Böhms. Arquitectura de una familia). Es de 2014. En inglés es “Concrete Love. The Böhm Family” (Amor de hormigón), haciendo alusión al “hormigón” o “concreto”, que los Böhm emplearon habitualmente.

Gottfried Böhm, Premio Pritzker 1986, falleció, el pasado 9 de junio, en Colonia. Figura como uno de los más representativos arquitectos de edificios religiosos de después de la Segunda Guerra Mundial en Alemania, pues diseñó, además de museos, teatros, centros culturales y viviendas, una sesentena de iglesias.

La más famosa es la de Maria, Königin des Friedens (María, Reina de la Paz) un santuario, meta de peregrinaciones, en Neviges, y un neto ejemplo de estilo “brutalista”, aunque a Böhm no le gustaba el que se hiciese uso de este vocablo para referirse a sus edificaciones religiosas.

Entre 1947 y 1950 reconstruyó, en Colonia, en la iglesia católica de St. Kolumba, destruida en 1943, una capilla para la veneración de la imagen gótica de la Virgen María, que se había salvado de los bombardeos, a la que se le dio el título de “Madonna in den Trümmern” (Señora entre los escombros).

Fue ésta una obra muy emblemática en su currículum vitae, no sólo por ser la primera que realizó en solitario, sin su padre, junto al cual se había iniciado en el oficio, sino también porque aquella silenciosa capilla, rehecha para que los fieles pudiesen orar ante la Virgen, se elevaba, en medio de la desolación postbélica en la que se hallaba sumida la ciudad, como un faro de esperanza.

Con una producción tan abundante y una participación tan cualificada en la vida de la Iglesia, no ha de extrañar, pues, el que el arzobispo de Colonia, cardenal Rainer Maria Woelki, y los obispos alemanes hayan ensalzado, en términos sumamente elogiosos, la figura del Gottfried Böhm, cuya obra creadora promanaba de una vivencia muy personal de la Liturgia.

Era esto, por otra parte, lo que había visto en el hogar de su infancia, adolescencia y primera juventud. Su padre, Dominikus Böhm, fue uno de los arquitectos alemanes que trataron de materializar las ideas teológicas del Movimiento Litúrgico, tan pujante en la primera mitad del siglo XX, en templos de nueva planta, en los que el altar constituía el centro de la iglesia. La asamblea de fieles, abandonando el uso generalizado hasta ese momento, se disponía ahora en torno a él para participar activa, significativa y fructuosamente en la celebración de la Eucaristía.

Fue por entonces cuando se levantaron las primeras, monumentales y desnudas iglesias de hormigón. Dios habita también en esas construcciones de materiales no empleados anteriormente como envolventes de los espacios sagrados, respondían los arquitectos de la emergente corriente a quienes la rechazaban y denostaban.

Pero ante las críticas e incomprensiones, tanto Dominikus Böhm, como otros arquitectos de aquel tiempo, hallaron soporte intelectual, teológico y litúrgico, para seguir adelante con sus innovadoras propuestas, en la reflexión de eminentes pensadores cristianos. «Esto no es un vacío; ¡esto es silencio! Y en el silencio está Dios», decía el teólogo Romano Guardini respecto a la Fronleichnamskirche de Aquisgrán, obra de otro titán de la arquitectura sacra, Rudolf Schwarz.

«En cuanto a la falta de imágenes de este lugar santo, el vacío en sí ya es una imagen. Dicho sin contradicción: un vacío correctamente formado respecto al espacio y la superficie no es ninguna negación de ellos, sino el polo opuesto. La relación es la misma, como la del silencio con la palabra», sostenía Guardini.

De aquella colaboración entre arquitectos y teólogos, a finales del siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX, surgieron insólitos proyectos edificatorios con los que se pretendía repristinar la pureza, la esencialidad y la contemporaneidad de la fe cristiana en un mundo cuyas rápidas mutaciones ya se empezaban a apreciar en Europa Central. 

Y fueron ellos precisamente quienes, al ordenar los espacios para que la inefable realidad del “mysterion” se manifestase encarnativamente en la cruda materia, la asamblea congregada y la sublime hermosura de la Liturgia, incoaron la dinámica eclesial que habría de hallar su momento culminante en la celebración del Concilio Vaticano II y en las subsiguientes reformas en la Iglesia.

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 20 de junio de 2021, p. 22

Maria, Königin des Friedens (María, Reina de la Paz), en Neviges

“Madonna in den Trümmern” (Señora entre los escombros), en en la iglesia St. Kolumba (Colonia)

Blick nach Osten

St. Fronleichnam, de Rudolf Schwarz, en Aquisgrán