En la iglesia de St Cuthbert, en Edimburgo, se casó, en septiembre de 1930, Agatha Christie. Era su segundo matrimonio. Esta vez con el afamado arqueólogo Max Mallowan, con el que viajó a Oriente y en donde escribió unas preciosas y muy celebradas novelas.
«Estoy muy contenta de haberme casado con un arqueólogo, porque, cuanto más vieja me hago, más le gusto a mi marido», dicen que dijo Agatha.
En el cementerio de esa iglesia está enterrado Thomas De Quincey (1875-1859), autor, de entre otras obras, Del asesinato considerado como una de las bellas artes, en el que figura esta famosa observación, traducida del inglés con cierta libertad:
«Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente. Una vez que empieza uno a deslizarse cuesta abajo ya no sabe dónde podrá detenerse. La ruina de muchos comenzó con un pequeño asesinato al que no dieron importancia en su momento.»

