Algo está sucediendo en el panorama de la exégesis escrituraria que afecta a la relación lector-texto y repercute seriamente en la recepción e interpretación de la Sagrada Escritura por parte de las comunidades que forman la Iglesia. Así lo ha puesto de manifiesto Joseph Ratzinger – Benedicto XVI en su libro sobre Jesús de Nazaret. Y tiene que ver con la aplicación del método histórico.
¿Cómo nació y qué devino? Los tres nombres elegidos para conducir este periplo se hallan en el origen, no del método en cuanto tal, sino de su incorporación a la exégesis católica. No se trata de acometer ahora la ardua labor de hacer una historia de la cuestión, sino de poner sobre la mesa algunos datos que permitan conocer mejor el ambiente en el que se forjó la personalidad de quienes trabajaron denodadamente por implantar un sistema, bien articulado científicamente, de análisis e interpretación del texto de la Biblia y de la tradición literaria del cristianismo antiguo.
Aunque, si se atiende a la fecha de nacimiento, el orden de los apellidos debiera ser otro, a saber, Lagrange, Hyvernat, Batiffol, sin embargo, la secuencia que se ha elegido para encabezar esta reflexión parece la más conveniente. No cabe duda de que Lagrange, cuya obra perdura hasta el día de hoy en la escuela que fundó, que tan lealmente cultiva su recuerdo y sigue publicando la revista científica creada por él, Revue Biblique, en Jerusalén, es, de los tres, el más relevante; Batiffol colaboró con él, y sus estudios sobre los orígenes del cristianismo y la historia de la Iglesia han tenido mucha difusión. Hyvernat, en cambio, volcado enteramente en el estudio de las lenguas orientales, fue menos popular, pues el alto grado de especialización que se requería para leer y entender su producción científica hacía que fueran principalmente élites intelectuales las que pudieran estar al día de los resultados de sus investigaciones.
Estos tres estudiosos de la Biblia, del cristianismo primitivo y de las lenguas antiguas desarrollaron su labor investigadora y docente en lugares distintos: Lagrange en Jerusalén, Batiffol en Toulouse y en París, Hyvernat en Roma y en Washington; pero, aun así, estuvieron profundamente unidos durante toda su vida. ¿Cuál fue la circunstancia que los vinculó entre sí a lo largo de su fructífera existencia temporal? El tiempo que pasaron juntos en el Seminario de Issy-les-Moulineaux. Fue durante el curso académico 1878-1879. Un año solamente. El hecho merece ser destacado. Unos meses de formación sacerdotal originaron una amistad íntima, cultivada después en la distancia geográfica, que iba a perdurar hasta el fin de sus vidas y a hacerse presente de diferentes maneras en los cambios inminentes que se avecinaban en lo referente al modo de leer la Biblia en la Iglesia.
Lagrange describió con emoción los días de Issy. Allí, entre los sulpicianos, comenzó a sentir “un gusto apasionado” por la Palabra de Dios. Cuando decidió entrar en el Seminario, su padre le sugirió que, ya que sólo le quedaba un año para obtener el doctorado, acabara los estudios. Así lo hizo. Sin embargo, Lagrange conoció al irlandés M. Hogan, superior de Saint- Sulpice, que lo aceptó como seminarista externo; le recomendó que leyera a san Pablo, comenzando por 1 Tesalonicenses.
Lagrange traía ya una buena base humanista adquirida en el Seminario Menor de Autun, en donde había estado anteriormente y en donde adquirió un conocimiento sólido del griego –hasta el punto de saber de memoria el tercer evangelio- y de varias lenguas modernas, así como de geología y arqueología. Por si fuera poco, en cierta ocasión, habiendo estado enfermo, para que se pusiera al día en los estudios, su padre le buscó un profesor, humanista, que hizo que progresara notablemente en el conocimiento de las lenguas clásicas.
Al abandonar el Seminario Menor, Lagrange hizo balance de los estudios realizados, y él mismo se sorprendió de lo completo que había sido el programa de formación, particularmente el de griego. Lagrange dedicará, años después, a los maestros de Autun, su libro Critique Textuelle, como muestra de agradecimiento. También Henri Hyvernat amaba a sus profesores de antaño. Había cursado humanidades en el Seminario Menor de Saint-Jean de Lyon y, cuando, en 1877, entró en Issy, se manejaba bien en lenguas clásicas y modernas. No es extraño que lamentara, siendo ya profesor, que hubiera bajado tanto el tesón y el nivel intelectual de sus alumnos. Pero en Issy habrían de experimentar algo nuevo: la amistad fundada en el estudio de la Biblia y de la Filología.
Cuando se encontraron en Issy, Lagrange tenía 23 años; Hyvernat, 20; Batiffol, 17. De esa etapa de su vida, da cuenta Lagrange. Puesto que el paso por el Seminario Mayor era, para él, un período de prueba, antes de ingresar en la Orden de Predicadores, se entregó con ahínco a la lectura de la Biblia y particularmente del Evangelio. Se propuso hacerlo metódicamente. Batiffol e Hyvernat compartían esa misma afición, aunque la filosofía no debía de ser una disciplina fuerte. Lagrange dejó escrito que, en esta etapa de su vida, estuvo profundamente unido a Hyvernat por el estudio de las lenguas, que el religioso dominico calificó de “apasionado”, y a Batiffol por una amistad segura y desprendida.
Esos meses fueron inolvidables para Lagrange. Años más tarde, al igual que en su día hizo con los de Autun, dedicó el comentario del evangelio de san Mateo, pensando que sería ya su último trabajo, a los profesores del Seminario de Issy, profundamente agradecido por la formación recibida, tanto bíblica como espiritual, en esa institución que, por otra parte, tan importante había sido para la Iglesia en Francia. Mas no era éste un pensamiento de última hora, cuando la vida llega a su ocaso, sino que la mente de Lagrange había volado en múltiples ocasiones a Issy. En una carta escrita a Hyvernat desde Jerusalén, el 15 de febrero de 1935, cuando hacía ya cincuenta y seis años que los tres se habían separado para seguir caminos distintos, Lagrange preguntaba: “Où sont les jours d’Issy?”
Où sont les jours d’Issy? Se conservan sesenta y cuatro documentos, que son, en su mayor parte, cartas enviadas por Lagrange a Hyvernat, desde Bourg, Salamanca, Roybon (Isère), Toulouse, Jerusalén (Turquie d’Asie), París, Roma, S. Bernard du Touvet (Isère), Lyon; de Hyvernat hay cuatro manuscritos; de A.A. Vaschalde, uno, que es una carta a Lagrange a propósito de un trabajo que envió para su publicación en la Revue Biblique, con el fin de completar la lista de manuscritos coptos elaborada por Hyvernat.
La primera carta, enviada por Lagrange a Hyvernat, tiene fecha del 9 de j(ulio?) de 1879, es decir, en las primeras vacaciones después de haber estado en Issy; la última, a la que se ha aludido en el párrafo anterior, fue escrita el 15 de febrero de 1935, tres años antes de su muerte (10 de marzo de 1938), y en ella se pregunta por los días de Issy. Lo había hecho ya en cartas anteriores; en otras, simplemente había evocado aquellos días memorables, sin formular expresamente la pregunta. Asociado a los recuerdos de Issy, menciona a Batiffol en seis cartas, aunque no son las únicas en las que habla de él a Hyvernat, ni éste, de él, a Lagrange. La primera vez que Lagrange menciona Issy, en la correspondencia epistolar con Hyvernat, es en una carta que le envía desde Salamanca, en donde, unos meses antes, había celebrado la primera misa y hecho la profesión religiosa solemne. Le recuerda su amistad en Cristo y lo felices que han sido, en Issy, leyendo a Esquilo bajo los árboles del parque. Exiliado en la ciudad del Tormes, el joven dominico le comunica que sus superiores le han encargado que se especialice en Sagrada Escritura y le pide consejo. Aunque estudia hebreo desde hace tres años, se siente solo y ligeramente desorientado. Además, lo de las raíces nunca se le ha dado bien, sobre todo retenerlas. Le pregunta también qué otras lenguas es preciso saber. Él mismo se adelanta a sugerir el siríaco y el árabe. Pide igualmente que le indique cuáles son los mejores diccionarios y en dónde puede adquirirlos.
La segunda carta fue enviada desde Toulouse por el mismo motivo que la anterior. Tras evocar a Batiffol y la buena relación existente entre los tres en Issy, Lagrange pide a Hyvernat que lo ponga al día en los estudios bíblicos. Ha solicitado permiso del padre provincial para ir a Roma con el fin de seguir los cursos de Hyvernat, pero no se lo concede; se le permite, en cambio, que, durante el verano, si es que cabe la posibilidad, haga los deseados cursos. Lagrange pide entonces a su amigo que le dedique algunas horas en París, aprovechando el período de vacaciones. Lagrange le confesará más tarde que todo este asunto lo ha cogido ya demasiado tarde y además sin maestro.
La tercera carta fue enviada desde Jerusalén. Lagrange se lamenta de que Hyvernat no escriba en la Revue Biblique, pero no desespera de que llegue a hacerlo, como Batiffol, que es de tanta ayuda para él. No en vano la Providencia los ha unido en Issy. Si a Hyvernat le parece que la revista no está a la altura de su nivel científico, es precisamente por lo que se le pide que envíe un artículo, con el fin de que aquella no derive hacia la vulgarización, pues el objetivo que Lagrange se ha marcado es el de que aparezca ante los no católicos como una publicación seria y rigurosa. Se aborda, en esta carta, el tema Loisy.
No era ésta la primera vez que Lagrange escribía a Hyvernat para hacerlo partícipe de sus proyectos. En 1890 le había hablado ya de la creación de una escuela práctica de estudios bíblicos en Jerusalén y le rogaba que, además de hacerle publicidad, enviara uno o dos alumnos y dinero. En 1891 le había pedido que colaborara en la creación de un boletín científico, pues Lagrange pensaba que Dios había propiciado el encuentro entre ambos para que, juntos, hicieran algo que fuera de provecho; en esta carta, Lagrange da cuenta de cómo ha concebido la que después sería la Revue Biblique. En 1892 le recuerda que sigue esperando su artículo y estudiantes para la escuela; se necesita dinero y Lagrange le expone la idea de que un dominico vaya a América a recaudar fondos.
La cuarta carta fue enviada desde Jerusalén. En ella, Lagrange ruega a Hyvernat que, si va a Roma, intervenga para pacificar los ánimos; habla del Padre Vincent y de su salud, así como del estudio de éste sobre los cananeos (“je crois que cela fera époque”); deja caer que le gustaría pronunciar alguna conferencia en América; muestra gran entusiasmo por el estudio de la Masora cuya publicación está en trámite; menciona la colaboración, en el pasado, de Guidi y confiesa su deseo de que siga haciéndolo en el futuro; bromea con el rumor que circula acerca del posible nombramiento episcopal de Batiffol y, al hilo del comentario, le vienen a la mente antiguos recuerdos: “Où sont les bons jours d’Issy?”.
La quinta carta, escrita en París, acusa el recibo del dinero que ha enviado Hyvernat, a la vez que se lamenta de la mala salud de éste; retoma el rumor del episcopado de Batiffol y completa la información con una confidencia del propio interesado a Lagrange: lo ha rechazado; comunica la aparición de su comentario a la carta a los Romanos; pide colaboración escrita para la Revue Biblique; refiere novedades sobre Vincent, Dhorme y Jaussen, movilizados a causa de la guerra; evoca la primavera en Issy.
En la sexta carta, escrita en Roybon Isère, hace saber que ha recibido el estudio de A. Vaschalde y que, en la Revue Biblique, existen dos niveles en cuanto a los trabajos que se publican en ella; comunica que ha sido sometido a una operación, aunque lo que realmente lo preocupa es la disminución de la vista para la lectura; refiere las novedades sobre la guerra en Europa; informa sobre la situación en que se encuentran Vincent, Dhorme, Jaussen y Savignac, y que los turcos se han llevado trescientos volúmenes de la escuela; se lamenta de que los jesuitas proyecten abrir un instituto bíblico en Jerusalén por las consecuencias que ello puede acarrear a la escuela dominicana; recuerda los días de Issy.
La séptima carta enviada desde Jerusalén acusa el recibo del cheque enviado por Hyvernat y se interesa por la salud de éste, que ha sido sometido a una operación; comenta algunas cuestiones sobre manuscritos; se lamenta de que los estudios bíblicos de los dominicos de Jerusalén tengan mala reputación en Roma, mientras que, en París, no puede ser mejor; confiesa que está existencialmente cansado; recuerda la fiel amistad, nacida en Issy, entre los tres.
La octava carta es particularmente emotiva, pues, al conmemorar la ordenación sacerdotal, recuerda que, en Issy, entraron juntos en la vida clerical; anuncia que prepara un manual de crítica textual del Nuevo Testamento; comenta algunas cuestiones relativas a manuscritos y cursa consultas sobre crítica textual; menciona nuevamente Issy y la amistad, indestructible, mantenida durante tantos años, que se ha de convertir en oración a la hora de la muerte.
La novena y última carta del archivo fue enviada desde Jerusalén y trata de la operación de vesícula a que se vio sometido Hyvernat; comunica la publicación del libro sobre crítica textual del Nuevo Testamento, que saldrá a la luz con las opiniones que Hyvernat ha ido transmitiendo a Lagrange epistolarmente; pide, como siempre, la colaboración científica y literaria con la escuela bíblica; diserta sobre una teoría acerca del origen del evangelio de san Juan; recuerda los días de Issy y anuncia que Jean Batiffol, sobrino de Pierre, y, al igual que éste, historiador, va a ingresar en el Seminario de París. Se diría que, en la vocación sacerdotal de Jean Batiffol, Lagrange ve el inicio de un nuevo ciclo, pero que es, a la vez, por muchas razones, continuación de la historia precedente, en la que él, junto con sus dos amigos de siempre, ya han consumado o están a punto de consumar la carrera ¡quién sabe si el joven Batiffol encontrará, en el Seminario de Paris, compañeros de la estatura intelectual y espiritual de aquellos que él conoció en Issy!
Como ya se ha dicho más arriba, Hyvernat se marchó a los Estados Unidos, por eso no participó directamente en los avatares en que se vieron inmersos Lagrange y Batiffol. Sin embargo, las cartas que hemos dado a conocer atestiguan la comunión vital existente entre ellos, con idependencia de las actividades concretas en las que estuviera comprometido cada cual, pues, en el fondo, había una experiencia irrepetible de hallazgos compartidos durante las horas de estudio en el Seminario de Issy, a la que se veían permanentemente remitidos, y que produciría, además, importantes efectos en la exégesis escrituraria.
Ciertamente, sin el encuentro de Issy, no habrían tenido lugar las conferencias de Toulouse, publicadas en forma de libro y que constituyen, en la Iglesia Católica, el punto de arranque de la aplicación del método histórico en la lectura de la Biblia; Batiffol ayudó a Lagrange cuando puso en marcha la Revue Biblique, e hizo, además, en los primeros años, desde París, las funciones de secretario; Lagrange correspondió colaborando en el Bulletin de Littérature Ecclésiastique, creado por Batiffol. E Hyvernat lo hizo con ambos, desde la distancia geográfica, en la medida y el modo que le fueron posibles. Quede, pues, como testimonio fehaciente de cuán determinante puede ser un solo año de formación en el seminario y cuáles han sido las bases sobre las que se han construido tres proyectos vitales distintos, que, sin embargo, han hallado el punto de convergencia en el sacerdocio y en la Palabra de Dios.
Publicado en la revista Helmántica 74 (2023) 233-247
Véase el artículo completo con las notas en:
https://revistas.upsa.es/index.php/helmantica/article/view/931/645
https://revistas.upsa.es/index.php/helmantica/article/view/931

Marie-Joseph Lagrange
Pierre Batiffol
Henri Hyvernat