Sobrietas

El arzobispo don Gabino Díaz Merchán se marchó de este mundo sin ver con sus propios ojos ni siquiera el arranque de una historia de la diócesis realizada a partir de las biografías de todos y cada uno de los sacerdotes. Decía que era una lástima el que se fuera perdiendo el recuerdo de sus nombres, de su vida y de su obra en la Iglesia.

En esto han sido muy cuidadosos los chilenos, que han mantenido viva la memoria de todos los sacerdotes del país desde 1535 en el “Diccionario biográfico del clero secular chileno”, y también don Vicente Cárcel Ortí, que ha recopilado miles de reseñas biográficas en su “Diccionario de sacerdotes españoles del siglo XX”.

El de Chile debe de llegar hasta el año 2000. Era el padre Jorge José Falch Frey quien iba anotando los datos de cada uno durante el período en el que él se ocupó de tener al día el fichero. No sé si, después de su fallecimiento, hay alguien que prosiga su meritoria labor.

En “El extranjero”, de Albert Camus, el protagonista, en prisión, reconoce: «Cuanto más reflexionaba, más cosas desconocidas u olvidadas extraía de la memoria. Comprendí entonces que un hombre que no hubiera vivido más que un solo día podía vivir fácilmente cien años en una cárcel. Tendría bastantes recuerdos para no aburrirse».

En el caso de los sacerdotes, ni les cuento. Es tal la profusión de experiencias, anécdotas, percances y encuentros que se suceden en la vida ministerial, que, ya no centurias, sino milenios serían necesarios para poder plasmar en cuadernos lo vivido. Y si el sacerdote es como don Ángel Fernández Llano, recientemente fallecido en Avilés, el tiempo para recordar y contar habría que medirlo por eras geológicas.

Con bastante menos materia que la que podría aportar don Ángel, Bernanos escribió su “Diario de un cura rural”. Y de haberlo conocido un escritor de la categoría de Chesterton tal vez lo hubiera introducido en sus obras y en la historia de la literatura, al igual que hizo el autor inglés con su genial padre Brown.

De don Ángel pueden decirse todas las cosas buenas que quepa decir de un gran sacerdote, pero me quedo, de todas ellas, con ésta, que es en la que se encierran en síntesis todas aquellas que lo acreditan como figura destacada en el actual presbiterio ovetense: la sobriedad.

La sobriedad es una de las más notables virtudes del discipulado apostólico. Sin sobriedad y sensatez, por ejemplo, no se puede hacer oración de la buena. La seria. No lo digo yo, sino san Pedro en una de sus cartas. Porque, además, la sobriedad no es ornato, es mandato bíblico: «Sed sobrios».

Lo curioso es que, aunque no lo parezca, en la sobriedad hay placer. El que deriva de la victoria que supone el contenerse en el uso del dinero, la blandenguería de las delicadezas, el deseo de poseer cosas, la locuacidad incontrolada, el flujo de malos pensamientos o el presumir de apariencias. Sólo desasiéndose de todas estas afecciones anímicas puede resplandecer lo que de verdad se lleva dentro y que, cuando se comparte, engrandece y embellece la vida de los demás.

No creo que don Ángel hubiera hecho otros viajes que no fueran los estrictamente requeridos por la debida atención pastoral. Ni falta que le hacía. Permanecía cabe sí. Y no carecía, por ello, de ninguna de las riquezas atribuidas a la dromomanía. En esto habría contado con la aprobación de Chesterton, quien siempre sostuvo que «viajar nos estrecha la mente».

La sobriedad en un sacerdote no es cosa de tiempos pasados, sino de lo más moderno. Uno de los vocablos requetebuscados en Google es “estoicismo”. Es la corriente filosófica de moda. Como señalan sus divulgadores actuales, en el mundo en el que vivimos, en el que se da rienda suelta y descontrolada a los caprichos, a las ocurrencias y a hacer lo que a cada cual se le antoje, es preciso que sepamos gobernarnos, disciplinarnos y recogernos para centrarnos en lo esencial. Lo dicho: sobriedad y sensatez.

Y de ser así, nuestra salida de este mundo irá acompañada de la admiración, el respeto y el afecto con el que, el otro día en la avilesina iglesia de Santo Tomás de Cantorbery, una muchedumbre de fieles participó en la eucaristía ofrecida por el perdón de los pecados y el eterno descanso de don Ángel Fernández Llano y le rindió un último y emocionado homenaje, despidiéndolo con este esperanzado saludo: «¡Hasta el cielo, don Ángel!»

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 26 de marzo de 2023, p. 24