Santa Biblia (Gabriela Mistral)

Libro mío, libro en cualquier tiempo y en cualquier hora, bueno y amigo para mi corazón, fuerte, poderoso compañero. Tú me has enseñado la fuerte belleza y el sencillo candor, la verdad sencilla y terrible en breves cantos. Mis mejores compañeros no han sido gentes de mi tiempo, han sido los que tú me diste: David, Ruth, Jacob, Raquel y María. Con los míos, estos son toda mi gente, los que rondan en mi corazón y en mis creaciones, los que me ayudan a amar y a bien padecer. Aventando los tiempos viniste a mí, y yo anegando las épocas soy con vosotros, voy entre vosotros, soy vuestra como uno de los que labraron, padecieron y vivieron vuestro tiempo y vuestra luz.

¿Cuántas veces me habéis confortado? Tantas como estuve con la cara en la tierra. ¿Cuándo acudí a ti en vano, libro de los hombres, único libro de los hombres? Por David amé el canto, merecedor de la amargura humana. En el Eclesiastés hallé mi viejo gemido de la vanidad de la vida, y tan mío ha llegado a ser vuestro acento que ya ni sé cuándo digo mi queja y cuándo repito solamente la de vuestros varones de dolor y arrepentimiento. Nunca me fatigaste como los poemas de los hombres. Siempre me eres fresco, recién conocido, como la hierba de julio y tu sinceridad es la única en que me hallo cualquier día pliegue, mancha disimulada de mentira. Tu desnudez asusta a los hipócritas y tu pureza es odiosa a los libertinos, y yo te amo toda, desde el nardo de la parábola hasta el adjetivo crudo de los Números.

Los sabios te partan con torpes instrumentos de lógica para negarte, yo me he sentado a amarte para siempre y a apacentar con tus acentos mi corazón por todos los días que me deje mi dueño mirar su luz. Los profesores llenan de cifras y sutilezas tu margen, tarjan y clasifican; yo te amo. Me basta con latir a tu sombra, me basta con hacer vivir para gozo de mi corazón tus hombres y tus mujeres. Tu resplandor sin que me lo mostraran lo miré. Ninguna hora me lo ha apagado; de ninguna sabiduría salí desdeñándote o desconociéndote. La voz que suba sobre el lamento de Job me llevará tras de sí. ¿Cuál sería esa voz? El pedagogo que me empañara la mujer fuerte de losProverbios se llevaría mi corazón. ¿Dónde está? El que me hiciera llorar con mayor río de dulzura que las Bienaventuranzas te venciera en mi corazón. Pero yo lo he visto y estoy en la mitad de mis días.

Canción de cuna de los pueblos, eterna nodriza con candor y sabiduría, te necesito para siempre. No me dejes. Siempre seré demasiado niño para que me parezcas ingenua; siem-pre me bastarás hasta colmar mi vaso hambriento de Dios.

1919

Escrito en las páginas iniciales de un ejemplar de la Biblia. Reproducido en Biografía de Gabriela Mistral, de Norberto Pinilla. Santiago: Editorial Tegualda, 1946