Entrevista que me ha hecho César Inclán para la sección «La caja de sonidos», del programa «Noche tras noche» de la RPA (Radio del Principado de Asturias) (5 de diciembre de 2022):
Este es el audio:
El sonido de tu infancia
En mi infancia hubo un sonido que pertenecía de forma absolutamente natural a la vida cotidiana de la familia: el ruido que producía la máquina de rellenar los sifones. Era la actividad principal del negocio de casa y la nuestra figuraba en el mapa de las sifonerías de Asturias, de las que pervive un cálido recuerdo, porque, aunque ha desaparecido el consumo del agua de Seltz, expulsada por el mecanismo de un sifón, los envases, algunos con originales formas y cabezales, son hoy piezas de museo. Y son de mi infancia también el sonido del molinillo manual del café, con el que se preparaba el primero del día, el de después de comer y el del atardecer, y el sonido del mar que se hacía oír desde el interior de una caracola.
El sonido de aquel verano
Uno que no es nada romántico: el estridular de las alas de una mosca en una tarde estival y el de las gotas de agua golpeando el fregadero porque el grifo no estaba cerrado del todo. Y con ello, el calor, la galbana, la luz anaranjada de la media tarde, una parra, una higuera, los dondiegos contenidos, la hierba luisa, un perro somnoliento, la silla de anea, el ronroneo de una gallina … En suma, los sonidos y la luz caniculares estando yo sentado en una habitación de una casa asturiana con su huerta fatigada a causa del calor.
Un sonido que no soportas
Son varios: el zumbido de un mosquito, especialmente durante la noche; el tictac de un reloj, el manoseo de un papel durante un concierto o una conferencia, la cháchara interminable de un pasajero hablando por el teléfono móvil en el tren o en el autobús, los chasquidos que se emiten al comer con la boca abierta y el tamborileo de los dedos sobre una mesa, entre otros.
Un sonido que te remueve por dentro y te hace nostálgico
La lengua hebrea, que estudié cuando era joven en Jerusalén. Asistí a clases a uno de los muchos centros a los que acudían los judíos emigrantes a Israel para aprender el idioma. Se llamaba “Ulpan Beit-Haam”. Creo que existe todavía. ¡Todo aquello era nuevo para mí! Y han transcurrido, desde entonces, más de cuarenta años, que es el tiempo que dura una generación en la Biblia. Pero lo recuerdo siempre como un período único y extraordinario de mi vida. Y si el vocablo “nostalgia” significa en griego “enfermedad del deseo de regresar”, confieso que, sin llegar a constituir una patología, sí, me gustaría volver a aquella ciudad, a la de aquellos años, para hacer lo mismo que hacía entonces.
El sonido de la voz de una persona o personaje al que recuerdes con cariño
La voz de mi madre al despertarme con cariñosos diminutivos cada mañana. Y la de todas las personas, de las que yo no conservo memoria, que se acercaban, en los primeros meses de mi vida, cuando yo estaba en la cuna, para hacerme fiestas, demostrarme su afecto, sacarme una sonrisa, enseñarme palabras como papá y mamá, decirme que yo era, para ellos, único en el mundo y trasladarme la inmediata percepción de que mi sola presencia les proporcionaba la más pura, natural y amorosa felicidad.
El sonido de un lugar
Cualquier lugar en el que cante un mirlo. Entiendo perfectamente lo que cuentan en algunos monasterios, en los que se dice que hubo, en la antigüedad, un monje que un día salió al bosque y quedó tan ensimismado escuchando el canto de un pájaro que cuando regresó al cenobio no reconocía a ninguno de los monjes. Habían transcurrido doscientos años. Y yo, aunque no llegue a tanto, siempre me detengo a escuchar ensimismado, cuando cantan, ya sea en solitario, ya sea en diálogo entre varios, a los mirlos.
El sonido de la banda sonora de tu vida
El sonido de la banda sonora de mi vida es el silencio. En silencio he escuchado, meditado y admirado. En silencio he padecido y superado las pruebas. En silencio he recordado y soñado. En silencio he estado alegre y llorado. En silencio he leído páginas memorables. En silencio he asistido a dramas inolvidables. En silencio es como mejor he logrado expresarme. En silencio he viajado por países y mares. En silencio he amado, perdonado y rezado. Y en silencio estoy siempre con Dios y él conmigo.
El sonido de la Palabra de Dios
Es como el de la brisa suave que acaricia el rostro y el del huracán impetuoso que lo arrastra todo. El del risueño rumor del arroyo cantarín y el del estruendo de las olas cuando rompen contra las rocas del acantilado. El del manso fluir de un río que se desliza hacia el mar y el de una muchedumbre de aguas tumultuosas. El de la dulce melodía que se desprende del arpa y el del seco tableteo del trueno que sigue al rayo. El de la amistosa confidencia en un tono inaudible y el de una voz potente que se replica en un eco inagotable. El del crepitar de un fuego que arde y no se consume en el lar y el del rugido de un volcán que vomita piroclastos. El de un pincho punzante cuando perfora la carne y el del amor cuando llama apasionadamente a la puerta. Son muchos, ciertamente, sus sonidos; ella, en cambio, es una sola Palabra.
Programa completo (minuto 50:47)
https://www.rtpa.es/audio:ras%20noche_1670278513.html
