“Sporta” es, en latín, “cesto”. De ahí viene, en nuestro idioma, “espuerta”, que el “Diccionario de la Lengua Española” define así: «Especie de cesta de esparto, palma u otra materia, con dos asas, que sirve para llevar de una parte a otra escombros, tierra u otras cosas semejantes».
“Sportula” es, en latín, “canastillo, cestita”. En el diccionario de Santiago Segura Munguía se dice que era el presente o regalo «en especie o en dinero, que los ‘patronos’ distribuían en cestitas entre sus ‘clientes’». Como se recordará, los clientes eran quienes estaban bajo la protección de un “patronus”.
Por su parte, el “Diccionario de Autoridades” (1732) explica, en los siguientes términos, qué es “espórtula”: «Los derechos pecuniarios que se dán y pertenecen a los Jueces y otros Ministros de Justicia; y porque estos se entregaban o pagaban dentro de unas esportillas, de aquí quedó el llamarse y entenderse por espórtulas los tales derechos. Es voz puramente Latina, que oy se conserva en lo forense, y en el dialecto de Astúrias. Latín. Sportulae» (sic).
Y “sportulantes” eran, según san Cipriano, quienes recibían las espórtulas o cestillos con dinero o una ración de comida. En español, aunque creo que no ha figurado nunca en el diccionario de nuestra lengua, “esportulario” ha sido el vocablo empleado para referirse a los clientes que acudían al patrón para recibir lo que éste tenía a bien darles.
Así, por ejemplo, en “El educador de un imperio”, de Hipólito Jerez, son mencionados «esportularios que esperan recibir hoy doble ración del gran señor, hacia el que suben vítores vocingleros: Io Maecenas, edite regibus, Salvet Apollo!». Y ofrece esta cifra: «Son 32.000 esportularios es una ciudad que cuenta con 450.000 habitantes».
Yo lo uso también. A menudo. Pues si esportularios eran, en la antigua Roma, quienes todas las mañanas pasaban por la casa del prohombre para darle los buenos días, extender la mano con la cesta de recoger las dádivas y brindarse a salir con él por las calles, acompañándolo a dondequiera que se le antojase ir, el espécimen del “esportulario” no se ha extinguido.
¿Merodea día tras día por despachos de entidades públicas y privadas para conseguir un encargo, un proyecto o una subvención? Es esportulario.
¿Anda listo para hacerse el encontradizo de empresarios y mecenas con el fin de que le financien una actividad, una obra o un libro? Es esportulario.
¿Deambula, como un matojo rodante, a todas horas, por ministerios, diputaciones, consejerías, ayuntamientos, obispados, rectorados, decanatos, fundaciones, sedes de partidos políticos y otros organismos de gobierno o dirección, solo para satisfacer su necesidad de estar en compañía de los que mandan? Es esportulario.
¿Se siente la persona más feliz del mundo si un preboste lo distingue haciéndole una confidencia, un encargo o un cumplido? Es esportulario.
Y podría seguir con el elenco de síntomas. He recogido solo unas muestras y omitido las más hilarantes, que hay no pocas. Imagino que habrán venido a la mente de los lectores, mientras recorrían los párrafos anteriores, nombres de personas y situaciones semejantes; es preciso, sin embargo, reconocer, con la misma voluntad de decir la verdad, que, en realidad, todos llevamos un esportulario dentro.
Jorge Juan Fernández Sangrador
La Nueva España, domingo 30 de octubre de 2022, p. 21

El emperador Honorio y sus favoritos (John William Waterhouse, 1863)

Salutatio matutina (Lawrence Alma-Tadema, 1836-1912)