De Elena Fortún a Carmen Laforet (II): «Cuando estoy a punto de fenecer [Dios] viene en mi ayuda»

Sanatorio Puig de Olena, Centellas, Barcelona, 20 de noviembre de 1951

Tus cartas me hacen mucho bien. ¡Qué difícil es aprender a vivir! Algunas personas nacen sabiendo, otras no aprenden nunca, y algunas, como tú y como yo, vamos aprendiendo a través de la vida. Tú, muy pronto, yo cuando se me iba acabando. ¡Qué bien eso de que hay que podarnos! Yo no lo he sabido y he dejado crecer ese árbol de deseos cuanto ha querido. Algunas de sus ramas han dado frutos venenosos. ¡Bien lo he pagado! Ir descubriendo que el mundo espiritual tiene sus leyes como el material fue para mí obra muy lenta.

Además, hay también leyes personales, porque Dios no nos trata a todos lo mismo. Un día vi que mi vida era como una pieza musical con tres o cuatro melodías que se repetían siempre. Los compases que unían esas melodías eran como hilvanes unas veces de un color y otras de otro, y ahí estaba la variación verdadera, pues las melodías eran siempre iguales. Esto es muy largo de explicar y no me cabe en una carta, pero ya, apenas empieza la primera nota de una de ellas, cuando ya la reconozco y sé de qué se trata.

Dios se ocupa de mí, como un padre, en algunas cosas, en otras me deja sola días y días, como si fuera preciso que hiciera yo el esfuerzo… y le hago, pero como soy una pobre criatura débil y ya agotada, cuando estoy a punto de fenecer viene en mi ayuda… Aquí he de callar porque esto es ya la entrada en lo misterioso. Así, sé que económicamente Él se ocupará de mí en absoluto, que me mandará un mes o dos antes lo que aún ni sospecho que voy a necesitar, que compraré para mí lo que es para otro y se lo daré inmediatamente, en fin, que de los bienes materiales soy como un cauce por donde Dios hará pasar lo que otros necesitan, pero sin faltarme a mí.

Y sé también que en la enfermedad sufriré más que nadie, que estaré sola, que nunca sabrán lo que tengo, y que cuando ya no pueda más, Él me enderezará otra vez para seguir sufriendo. Así han sido todas mis enfermedades. En amistad sé que en el momento preciso se alargará la mano que necesito. Esta vez has sido tú.

No te he dicho bastante lo que me gustó el libro de Berdiaev. Lo mejor es lo que tú señalaste. Al final hay muchas repeticiones y hasta contradicciones. El de Música en Florencia también me gustó muchísimo, y también me interesó aquello de la ayuda que nos pueden dar nuestros semejantes.

Estoy muy triste porque han suspendido a Fernanda, por la pena que ella tendrá, pues por lo demás yo sé que no hay fracaso del que no tengamos que alegrarnos con el tiempo. Pienso en esta mala época económica que estás pasando y rezo mucho por ti. Dios me oirá. Aunque tú me dices que no, yo rezo para que tenga tu marido un trabajo bien remunerado. No dejo de rezar también por tu alegría, que es la Gracia que Dios da a sus elegidos, y tú lo eres, y para que te dé energía creadora, para que escribas y trabajes, y así seas más feliz, pues la inquietud de los remordimientos no es el mejor ambiente de alegría.

Sí, a mí me gustaría contarte toda mi vida, ¡tan larga, tan azarosa y tan inútil! Tal vez toda vida parece inútil cuando se la mira desde los sesenta años, y esto es porque hemos podido vivir mejor, hemos podido emplearla mejor para nosotros y para los demás, y sobre todo porque a veces hemos hecho llorar a los que queríamos, y eso se convierte en espinas que para siempre nos pincharán el corazón, y nos parecerá nuestra vida, peor que inútil, mala. El cura viejecito que viene a confesarme me asegura siempre que Dios me ha perdonado y que estos remordimientos me los da el diablo que no quiere mi paz…

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En Carmen Laforet y Elena Fortún, “De corazón y alma (1947-1952)”, Madrid 2021 (primera reimpresión de la edición de 2017), pp. 109-111.

Calle de Las Huertas, nº 41, en el Barrio de las Letras, de Madrid.