Sanatorio Puig de Olena, Centellas, Barcelona, 13 de octubre de 1951
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En una de tus cartas me dices: «Solo en el Evangelio hay una hermosura sublime. Todo lo demás me parece falso y hasta desviado. Es exacto. Desviado. Es la palabra justa. Lo ha desviado la humanidad para ponerlo en su camino, lo ha achicado para poderlo entender. Pero no importa. Ahí están las palabras y las verdades eternas, para quien pueda entenderlas. Tal vez tampoco nosotros las entendemos completamente. Una vez leí en un libro de Hesse que el abad de un convento había impuesto como penitencia a un amigo que pasaba una temporada con él que oyera misa al alba y rezara todas las noches tres padrenuestros y un himno mariano. El amigo lo hizo unos días y luego se aburrió, confesando al abad que le parecía un esfuerzo pueril [rezar] a un Dios que tal vez ni le oía. «No tienes por qué reflexionar si Dios oye nuestras oraciones o si existe ese Dios que nosotros podemos imaginar, ni si es un esfuerzo pueril. En comparación con Aquel a quien dirigimos nuestras preces, todo lo que hacemos es pueril».
Yo sé que Aquel me oye, que tal vez existo en él y que todo cuanto deseo me lo da. Me parece que las cosas materiales con más facilidad que las espirituales…, no sé por qué. Pido por ti.
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En Carmen Laforet y Elena Fortún, “De corazón y alma (1947-1952)”, Madrid 2021 (primera reimpresión de la edición de 2017), p. 90.
