De maestro a doctor

Uno de los criterios por los que se rige la Santa Sede para declarar doctor a un hijo de la Iglesia es el de la eminencia en la doctrina. Mas quienes hayan ejercido como teólogos censores en procesos ordinarios de canonización habrán podido comprobar que, en numerosas ocasiones, en las expresiones orales o escritas de los siervos de Dios sometidos a examen, no sólo no se contienen errores dogmáticos, sino que dan muestras de haber adquirido un conocimiento de las realidades trascendentes por una vía que es igualmente sobrenatural, máxime si se trata de santos pastores, a quienes por naturaleza corresponde ser maestros de la fe además de modelos de vida cristiana: “fortaleciendo a tu Iglesia con el ejemplo de su vida, instruyéndola con su palabra”, se rezará, si son elevados a los altares, en el prefacio de su fiesta.

Un plus teologal

Se requiere, por tanto, un plus para ser declarado doctor. Hay actualmente treinta y tres. De éstos, veinticinco son padres de la Iglesia o autores medievales. El importante papel que unos y otros han desempeñado en la historia de la teología y de la espiritualidad cristianas es universalmente reconocido. Es más, cabría aun agregar nuevos nombres, como, por ejemplo, el de Ireneo de Lyon, o el de alguna de las grandes figuras eclesiales que, por haber contribuido de manera eximia a una mejor comprensión de los misterios de la fe, han sido sucesivamente destacadas por Benedicto XVI en las catequesis de los miércoles. Los ocho restantes han vivido en el período comprendido entre los siglos XVI y XIX: Teresa de Jesús, Pedro Canisio, Roberto Belarmino, Juan de la Cruz, Lorenzo de Brindis, Francisco de Sales, Alfonso María de Ligorio y Teresa del Niño Jesús. La proclamación de esta última manifiesta bien a las claras que el plus requerido no es de orden académico, sino teologal.

Aclamado como Maestro

Dos papas, dieciocho obispos, ocho presbíteros, un diácono, un abad y tres vírgenes constituyen la nómina de doctores de la Iglesia. Si se adujese en pro del doctorado de Juan de Ávila el hecho de que falta un presbítero secular en el elenco –el que más se aproxima es Jerónimo, pues los siete restantes son religiosos-, podría dar la impresión de que se opera con categorías de cuota. Y mejor que no sea así. Pero, en el caso del Maestro Ávila, lo de secular no es accidental, sino esencial. Y la designación de Maestro, indicativa. En efecto, no se tiene noticia de presbítero alguno al que se haya adjudicado semejante título por parte del clero de toda una nación y proclamado con ardor durante más de cuatrocientos años; clero que, movido únicamente por su admiración hacia tan venerable personalidad y luminoso magisterio, ha trabajado denodadamente en favor, primero, de su beatificación; después, de su canonización; ahora, de su doctorado.

Ser sacerdote

¿Qué es lo que el clero español –y también el hispanoamericano- ha captado de eminente en la vida y en los escritos del Maestro Ávila? Que ser sacerdote lo es todo. Sacerdote. Sólo sacerdote. Nada más que sacerdote. Y este fenómeno merece el reconocimiento de la Iglesia. En un período de la historia en el que cada vez es más frecuente oír que los tenidos por estados perfectos de vida cristiana excluyen en principio el sacerdocio ordenado, justificando así el nacimiento de institutos de toda índole, que son expresión de corrientes coyunturales de espiritualidad, en los que el presbiterado sobreviene posteriormente según conveniencia, la voz de Juan de Ávila se alza desde hace siglos, coreada por todos los presbiterios diocesanos de lengua española, para proclamar que el sacerdocio es, junto con el matrimonio, un estado de vida santificado por la gracia sacramental, que pertenece a la naturaleza de la Iglesia y que es insustituible, ya que, por medio de él, Jesucristo sigue ofreciéndose al Padre, se unen lo divino y lo humano, son perdonados los pecados y se crea la Iglesia: ¿cabe, por todo ello, proponer, en un año dedicado al sacerdocio, doctrina más eminente?

Jorge Juan Fernández Sangrador

Pliego “San Juan de Ávila. Razones para un doctorado”, en Revista “Vida Nueva”, 26 de septiembre al 2 de octubre de 2009 (número 2676) p. 30.