En un monasterio había de ser. En este caso el de Subiaco, levantado sobre las estructuras arquitectónicas del tiempo de san Benito.
Allí fueron impresos por dos clérigos alemanes (Arnold Pannartz y Konrad Scheynheym) los primeros libros de Italia:
«Donatus pro puerulis» (una gramática para niños, que se perdió), «De oratore», de Cicerón (año 1464), «De divinis institutionibus adversus gentes», de Lactancio (año 1465) y «De Civitate Dei», de san Agustín (año 1467).
De modo que también en Italia, al igual que en España, los primeros libros impresos se debieron a la Iglesia, promotora inigualable de la cultura libraria.
