Martes, 5 de abril de 2022. A las 19,30 horas. Nos hemos dado cita en el monasterio de la Encarnación, de las Madres Agustinas, en el monte Naranco de Oviedo, para la celebración de uno de los ritos conclusivos del itinerario neocatecumenal. Son de la parroquia de los Santos Apóstoles de Oviedo.
Treinta personas han llegado al final del proceso de mayor adentramiento en la vida cristiana, guiados por la Palabra de Dios, leída, meditada y celebrada en comunidad durante treinta años.
Treinta años. A la escucha. Perseverantes. Ilusionados. En obediencia. Desprendidos. Y tal vez incomprendidos. Treinta años. Esos fueron los de Jesús en Nazaret. También con su silencio, rutina y ocultamiento en Nazaret fue redimida la humanidad.
Se invoca al Espíritu Santo, cantando: «¡Oh, Señor, envía tu Espíritu!». Es el salmo 103. Imploran muy despacio, con clara conciencia de lo que piden, que nos sobrevenga. Yo, que solo lo canto en en ciertas ocasiones, no hago las pausas y me precipito. La mascarilla me permite disimular.
Y nos encontramos de repente transportados a un mirador desde el que se divisa la eternidad. Es el capítulo 21 del Apocalipsis. Mientras la catequista avanza en la lectura vamos acercándonos «al monte de Sion, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a millares de ángeles en fiesta, a la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino y al Mediador de nueva alianza, Jesús, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel» (Hebreos 12,22-24).
Y entre tanta belleza de imágenes, evocaciones, semejanzas y anhelos, se escucha una voz que dice la verdad más grande que jamás hayan podido oír los siglos: «Yo soy para ti y tú para mí» (v.8). Así es. De modo que, a partir de hoy, quien han concluido el Camino Neocatecumenal le dirá a Dios: «soy tuyo». Y él le responderá: «y yo, tuyo». En ese epifonema se halla todo cuanto la Biblia, en su inmensidad, trata de que entendamos con la sabiduría de los humildes y sencillos (cf. Lucas 10,17-24).
Han sido necesarios años y años de catecumenado para llegar a asimilar algo tan esencial, breve, nuclear, basilar, fundamental y filial. Años y años para abocar al catecúmeno a una sola cosa. A que cada noche, antes de dormir; a que cada mañana, nada más despertar; a que en cada momento del día, cuando se acuerde, quien haya llegado a este instante de su vida cristiana diga con toda su mente, con todo su corazón y con toda su alma: «Dios mío, soy tuyo; soy tuya». Y Él le responderá: «Y tú, mío; mía».
Jorge Juan Fernández Sangrador
