He vivido días, y también noches de vigilia contemplativa, inolvidables en la colina de Ronchamp, sobre todo cuando, habiéndose ido los visitantes, quedaba, para mí solo, la iglesia de Notre-Dame du Haut, acerca de la cual publiqué un artículo, en 2017, en el diario La Nueva España (Véase la entrada anterior: «La colina de la Señora»).
La iglesia fue construida por Le Corbusier. Y desde hace diez años, una comunidad de monjas clarisas reside en el monasterio que, en las entrañas de la colina, construyó Renzo Piano, el arquitecto que levantó, en Santander, el Centro Botín.
Recibo periódicamente el boletín de noticias que me envían las religiosas, poniéndome al día de lo que allí sucede, y en el último publican unos pensamientos «architecturales» de los dos maestros arquitectos.
Este es el de Le Corbusier:
«El afuera es siempre un adentro… Todos cuantos tienen el sentido de la armonía, tienen el sentido de lo sagrado. ¡Los evangelios! ¡Describen con un lenguaje tan lleno de luz la vida de Cristo, elevándonos a la cima del pensamiento y del amor. Y luego, esas pocas páginas espeluznantes sobre la Pasión! ¡Esos ocho días gigantescos y atroces de fechorías y de grandezas del ser humano. Ese sacrificio, esa anonadación, ese fin que es la salvación, que es la inmensa esperanza de felicidad, de que es fruto!
Edificar ¿es confrontar el sueño con la realidad… arquitectura y luz?
Cuando una obra se halla en su climax de intensidad, de proporción, de calidad de ejecución, de perfección, se produce un fenómeno de espacio indecible: los lugares irradian. Determinan lo que yo llamo el espacio indecible, es decir, una conmoción que no depende de las dimensiones, sino de la calidad de perfección. ¡Es el ámbito de lo inefable!»
Y este, el de Renzo Piano:
«Mantenerse lo más cerca del suelo es recibir la luz de lo alto. Este lugar (dice refiriéndose al monasterio de las clarisas) es un espacio hecho de interior y de exterior, posee un alma constituida por estos dos elementos: el silencio y la alegría. La alegría es suministrada por la luz y por esa reverberación continua que penetra desde el bosque. El color ha jugado también un papel muy importante: gris, rojo, naranja. La alegría está presente y se percibe en esta relación entre el bosque, la luz y esos colores dentro del monasterio ¡Lo bello es lo bueno!»
Jorge Juan Fernández Sangrador

La colina de Ronchamp


Monasterio de clarisas



