El pasado 12 de septiembre, antes de celebrar la Misa de clausura del 52.º Congreso Eucarístico Internacional, en la plaza de los Héroes de Budapest, el Papa mantuvo un encuentro, en el Museo de Bellas Artes, con representantes del Consejo Ecuménico de las Iglesias y de algunas comunidades judías.
En su discurso, después de haber ilustrado con la evocación del puente de las Cadenas, que une las dos partes de que se compone la ciudad de Budapest, cómo se ha de ser la relación entre las distintas confesiones religiosas, Francisco mencionó, entre «tantas figuras de amigos de Dios que han irradiado su luz en las noches del mundo», al húngaro Miklós Radnóti (1909-1944), preso en un campo de concentración y poeta hasta el último instante de su vida.
El 19 de junio de 1946, cerca de Abda, en el noroeste de Hungría, fue descubierta una fosa común en la que estaban enterrados veintidós cadáveres. Habían sido deportados desde la región de Bor, en Serbia, y asesinados en noviembre de 1944. En el impermeable de uno de ellos se encontró un cuaderno, en el que venía una súplica escrita en cinco idiomas: húngaro, serbio, alemán, francés e inglés.
La petición consistía en que, si alguien hallaba aquellas notas, las hiciese llegar al profesor Gyula Ortutay, de la Universidad de Budapest. La firmaba Miklós Radnóti. A la libreta, salvada de la furia de los asesinos, se le llamó “El cuaderno de Bor”, por ser el lugar en el que se encontraba el “lager” en el que Radnóti estuvo preso desde el 22 de julio hasta el 31 de octubre de 1944 y en el que escribió los diez poemas que figuran en él.
Fue, desde muy joven, apasionado de la lectura y aficionado a las lenguas. Sabía latín, griego, francés y alemán. Mas pronto empezó a padecer, por haber nacido judío, las agresiones del antisemitismo, creciente en aquel tiempo, sobre todo en el período en el que cursó Letras y Filosofía en la Universidad de Szeged, hasta que acabó siendo obligado a realizar, como ayuda al ejército, trabajos forzados.
Gracias a que unos amigos consiguieron recoger suficientes firmas de apoyo en pro de su liberación, ésta le fue concedida, si bien, en mayo de 1944, lo deportaron a la región minera de Bor y encerrado en el campo de Heidenau. Para entonces ya se había convertido al cristianismo y bautizado en la Iglesia Católica.
El teniente que estaba al frente del campo de concentración, que tenía fama de no ser tan cruel como los otros jefes, autorizó la creación del “Círculo Radnóti” para la lectura de poemas y el debate de temas culturales. Sin embargo, ante el avance de los soviéticos y de los partisanos afines, fue evacuado el “lager” y el viaje extenuante que emprendieron los prisioneros concluyó con el tiro en la nuca que el jefe del grupo les descerrajó a aquellas veintidós personas, que fueron exhumadas, el 19 de junio de 1946, de la fosa común en las proximidades de Abda. El número 12 era Miklós Radnóti.
De los textos del “Cuaderno”, el Papa citó, en su discurso ante los representantes del ecumenismo y del judaísmo, tres, deteniéndose especialmente en el poema “Raíz”, en el que Radnóti expresó con la brevedad de una sentencia el sentido que cabía conferir a una vida que parecía no tenerlo: ser raíz.
«Yo era una flor. Ahora soy raíz. Oscura, la tierra me cubre por entero», escribió. Era como si previese lo que iba a acontecerle pronto. Así lo hizo constar en otro poema del “Cuaderno”: «Caí junto a él, junto a su cuerpo entregado y tenso como una cadena recién ajustada, tenía un disparo en la nuca. “Así acabaré” – me dije- “acostado e inmóvil, como una flor que aguarda en medio de la muerte”. Entonces una voz cercana me dijo desde arriba: “florecerás de nuevo”, mientras el barro y la sangre sellaban mis oídos» (“Última postal”).
Miklós Radnóti ha sido, con su vida y con su muerte, con sus versos y con sus anotaciones, una voz que la violencia no ha conseguido silenciar y una luz que la muerte no ha logrado apagar. Llevaba consigo, bien guardado en el impermeable, un tesoro, que permaneció escondido, cual raíz, bajo la tierra, contenido en las hojas de un bloc, en una tumba.
Era el tesoro de la fe y de la esperanza. «Florecerás de nuevo», le susurró alguien, o mejor, Alguien, que le hablaba desde lo alto. Mientras tanto, sería raíz. «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto», dice Jesús en el Evangelio (Juan 12,24).
«Con fuerza se desliza la raíz, bebe de la lluvia, vive bajo tierra, sus sueños son limpios como la nieve, / de la tierra brota y rompe el suelo, a escondidas se arrastra la astuta raíz, levantando sus brazos, como una soga», escribió Radnóti en el poema “Raíz”, y si hubiese declamado los versos que lo conforman ante Rainer Maria Rilke, éste le habría dicho con palabras semejantes a las que pronunció uno de sus personajes en la obra “Vladimir, pintor de nubes”: ¡Ánimo, no tengas miedo, que Dios espera donde están las raíces!
Jorge Juan Fernández Sangrador
La Nueva España, domingo 26 de septiembre de 2021, p. 27

Fanni Gyarmati y su marido Miklós Radnóti

Poema «Raíz», en el «Cuaderno de Bor»