Chartres y Covadonga

Medio millar de jóvenes peregrinaron, el pasado mes de julio, desde la catedral de Oviedo hasta el santuario de Covadonga. En Francia, son miles los que caminan desde la de Notre-Dame de París hasta la de Notre-Dame de Chartres, en la que se venera la “Sancta Camisia” de la Virgen, donada por el rey Carlos el Calvo, en el año 876, a la Iglesia.

Estas peregrinaciones de jóvenes tuvieron su inicio en 1935, cuando un grupo de estudiantes de la Universidad de La Sorbona, en París, alentados por el capellán universitario, decidieron ir a Chartres caminando, para rememorar la peregrinación que, en 1912, realizó, desde Lozère, Charles Péguy, con el fin de cumplir un voto por la curación de su hijo enfermo.

Cuatro años antes, el escritor, que se había alejado de la Iglesia, entregado a la causa del socialismo y declarado ateo, le confesó, con lágrimas en los ojos, a un amigo, Joseph Lotte, que fue a visitarlo, esto: «No te lo he dicho todo … He vuelto a la fe … Soy católico». Sus anhelos de que llegase a existir una ciudad nueva, el contacto con algunos intelectuales convertidos al cristianismo y la profundización en su propio “ser religioso” lo condujeron, tras muchos años de distanciamiento, al umbral de la Iglesia.

Péguy vivió con gran zozobra interior esta circunstancia, que su familia no compartía ni aprobaba, pues el hecho de no estar casado por la Iglesia, ni bautizados su mujer ni sus hijos, era óbice para recibir los sacramentos. «Sin embargo, poseo tesoros de gracia, una inimaginable sobreabundancia de gracia», decía. De ahí el que se sintiese movido a hacer ciento cuarenta y cuatro kilómetros, en tres días («J’ai fait 144 kilomètres en trois jours» sic), para llegar a Chartres, «mi catedral», cumpliendo así el voto que había hecho para que su hijo Pierre, con difteria, recobrase la salud.

Cuando aún faltaban diecisiete kilómetros para llegar a Chartres, divisó la catedral. Al verla, «me extasié. Ya no sentía nada; ni cansancio, ni mis pies. Todas mis impurezas desaparecieron de repente. Era otro hombre». Y, ya en el templo, rezó «como nunca había rezado».

Las peregrinaciones de jóvenes a Chartres hallaron un renovado impulso cuando Jean-Marie Lustiger fue arzobispo de París. Este gran pastor de la Iglesia sabía bien de la importancia de las catedrales en algunos itinerarios personales de fe, pues él mismo, que había nacido en el seno de una familia judía, se convirtió al entrar, un Viernes Santo, en la de Orleans. Conmocionado ante la desnudez del templo, tan significativa en ese día del calendario cristiano, Lustiger decidió, en aquel punto y hora, pedir el bautismo.

De modo que, con el de este verano, el peregrinaje, durante tres días, de Oviedo a Covadonga, de basílica a basílica, forma parte ya de la red de vías europeas de la fe, de la cultura y de la juventud. «Si no regreso, te ruego que vayas todos los años en peregrinación a Chartres», le pidió Péguy, antes de ir a la guerra, a Charlotte, su mujer, que había comenzado a abrirse a la gracia. No regresó. Falleció, el 5 de septiembre de 1914, en Villeroy, durante la batalla del Marne.

Secundando el deseo del escritor, miles de jóvenes caminan todos los años por los senderos de Francia, para ir rezarle a la Virgen, en Chartres, como hacen, cada mes de mayo, los jóvenes que van desde Cangas de Onís hasta Covadonga. Y convendría que, después de haberla puesto en marcha, la iniciativa de peregrinar al Real Sitio, teniendo el punto de partida en la catedral de San Salvador de Oviedo, no languideciese y se apagase, sino que se mantuviese y siguiese gozando del espíritu joven y fervoroso de sus orígenes.

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 5 septiembre de 2021, p. 24