La casa de Etty Hillesum

El edificio sito en Gabriël Metsustraat 6 podría ser demolido si el nuevo plan urbanístico de Ámsterdam sigue adelante. Su propietario, Ronald Egger, tiene vía libre, según las leyes, para hacerlo y para construir, en aquel espacio, varios apartamentos de lujo, porque el inmueble no figura en la lista de bienes con valor histórico y arquitectónico de la ciudad.

¿Por qué habría de ser clasificado como un bien cultural y preservado de la destrucción? Porque es un “mnemotopo”, es decir, un lugar para el recuerdo de lo que allí sucedió en un período trágico de la historia de Holanda: la invasión alemana de los Países Bajos. El próximo 5 de mayo se celebrará el 75.º aniversario de la Liberación.

En el segundo piso de esa casa vivió, desde 1937 hasta su reclusión en el campo de tránsito de Westerbork, Etty (Esther) Hillesum, autora de un Diario, que escribió, entre el 8 de marzo de 1941 y el 5 de junio de 1943, acodada sobre la mesa que se hallaba cerca de la ventana, a través de la cual veía, cuando levantaba los ojos del cuaderno en el que iba anotando su vida y sus pensamientos, el Rijksmuseum.

Fragmentos del Diario fueron publicados por primera vez en 1981, con el título “Het verstoorde leven” (Una vida trastornada). Todo un acontecimiento editorial. Y eso que, hasta entonces, nadie había querido publicar el Diario.

Antes de partir hacia Westerbork, Etty entregó los once cuadernos, en los que había dejado consignado su itinerario espiritual, a su amiga Maria Tuinzing, para que los hiciera llegar al escritor Klaas Smelik, quien, desde comienzos de los años cincuenta, estuvo llamando de puerta en puerta en busca de editor, sin encontrar a ninguno que se interesase por ese tesoro de humanidad y religiosidad. A finales de los setenta, Jan G. Gaarlandt accedió a descifrarlos, mecanografiarlos y publicarlos.

Y es que ya era un delito de lesa cultura el no darlos a conocer, pues Etty Hillesum forma parte de ese friso de mujeres judías que han escrito, ellas solas, un capítulo de la historia de Europa: Edith Stein, Anne Frank, Simone Weil y Hanna Arendt. La primera, convertida al catolicismo, ha sido declarada, por Juan Pablo II, Co-Patrona de Europa.

En el Diario, del que una parte está traducida al español, Etty describe su compleja relación amorosa con Julius Spier y Han Wegerif, de cómo la introdujo el primero en la lectura de los Evangelios, las cartas de san Pablo y los escritos de san Agustín, y, sobre todo, en la oración.

En su tránsito de la carnalidad a la espiritualidad, Etty descubrió a Dios entrando en sí misma de la mano de Rilke, escribiendo el Diario y tratando de llegar al alma de las cosas. De este modo, acabó entregándose por entero a Dios, al que deseaba ayudar (sic) con todas sus fuerzas en el campo de concentración, con el fin de que su luz no se extinguiese en aquella landa, en la que, si alguien había tenido algún principio de fe religiosa en su vida anterior al confinamiento, el terror y el sufrimiento lo laminaron por completo, haciéndose imposible seguir creyendo allí en la existencia, la justicia y la bondad de Dios.

Cuando se le presentó la oportunidad de ponerse a salvo, de refugiarse en un lugar oculto y seguro, Etty la rechazó, pues deseaba compartir el destino de su pueblo e ir con él al exterminio, siendo, mientras tanto, en el infierno de Westerbork, «un bálsamo derramado sobre tantas heridas», como confesó en la última línea de la última hoja del último cuaderno del Diario.

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 3 de mayo de 2020, p. 36