La perla de la fragilidad

En el proceso de la Creación, existieron de las primeras, porque sin ellas no habría sido posible la vida en la tierra. Antes que el sol, la luna y las estrellas; antes que los seres marinos y las aves; antes que los ganados, los reptiles y las fieras; antes que el hombre y la mujer.

Después de haber sido proferida la luz, establecidos los límites de las aguas, antes que todo lo demás, comenzaron a existir las plantas, con semillas dotadas de una irreprimible fuerza multiplicadora, para que pudiesen reproducirse según sus especies.

Lo afirman el libro bíblico del Génesis y la bióloga argentina Sandra Myrna Díaz, galardonada con el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica de este año. En el discurso que pronunció en el Teatro Campoamor habló amorosamente de las plantas: “Cada día llevan a cabo el increíble acto de transformar las moléculas inanimadas del agua y el suelo en vida para todo el planeta y también en alimento, cobijo e historias, para los seres humanos”.

Y nos dejó, como cierre de su alocución, una joya, hermosa como las gemas engarzadas en la Cruz de la Victoria, que los reyes de España, acompañados de sus hijas, admiraron durante la visita que realizaron, el día anterior, a la Cámara Santa de la catedral de Oviedo.

Sandra Myrna nos regaló esta perla: el tapiz de la vida, de la naturaleza, de lo que somos, «tiene la robustez de los muchos, una robustez hecha de innumerables fragilidades entretejidas».

Y fue ésta precisamente una de esas ocasiones en las que se tiene la impresión de que, tras una vida entera, gastada en un laboratorio, entre instrumentos de alta precisión, con extraordinarias aportaciones de orden práctico, gracias a las cuales la sociedad progresa saludablemente, el verdadero logro personal del científico consiste en haber sabido condensar toda la extensión de sus conocimientos de alta especialización en una breve sentencia. Clara, útil, inagotable.

Acerca de la fragilidad se ha escrito un libro exitoso en Italia. En cinco meses se vendieron trescientos mil ejemplares. Ha sido traducido al español con el título “El arte de la fragilidad”, aunque suena mejor el original: “L’arte di essere fragili”. Su autor, Alessandro d’Avenia, es uno de los profesores de Instituto más famosos en aquel país y sus libros gozan de gran popularidad entre la grey estudiantil.

Inspirándose en el poema de Giacomo Leopardi «La ginestra» (La retama), que Harold Bloom tenía por el mejor de los compuestos por el vate de Recanati, d’Avenia ha escrito un ensayo en el que, partiendo de las inquietudes de los adolescentes, y tras recorrer las etapas que conducen a la madurez personal, intenta guiar al lector hacia la aceptación de las propias debilidades como requisito necesario para ser felices. Y, en ese itinerario hacia la evidencia de lo que uno realmente es, los amigos, los otros, son indispensables. 

Es lo que pretendía también el Apóstol Pablo, quien llegó a confesar, en la segunda de sus cartas a los cristianos de Corinto, que la debilidad era su fuerza y que la ayuda para no sucumbir le venía de Otro. Y el hallazgo de esta perla, como si se tratase de aquella escondida en un campo, de la que habla Jesús en el Evangelio, y el aprecio de su valor acontecen cuando se ha llegado, no solo a aceptar, sino a amar la propia fragilidad.

El hecho de reconocerla denota grandeza de alma, fortaleza de espíritu y realismo existencial, y el mantener siempre encendida la conciencia de que todos estamos unidos en lo hondo del ser, al igual que los árboles de un bosque en sus soterradas raíces, es nutrir de motivos vitales el terreno, en ocasiones yermo, sobre el que se alzan las realizaciones humanas más sólidas y estables.

Jorge Juan Fernández Sangrador

La Nueva España, domingo 27 de octubre de 2019, p. 27

Sandra Myrna Díaz